Versió en català aquí
El 12 de octubre el Banco de Suecia reveló el nombre de los galardonados con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, también conocido como Premio Nobel: Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson. Sus logros se han dado en el campo de la teoría de juegos, en particular en el campo de las subastas, creando nuevos formatos de subasta que han permitido la venta de activos difíciles de vender. Sus métodos han sido empleadas como mecanismo de venta de los poderes públicos de buena parte de las empresas públicas a partir de mediados de los 90, consiguiendo unos ingresos superiores para los estados por estas ventas.
Ahora bien, más allá de la anécdota sobre estos dos matemáticos de la Universidad de Standford, ¿qué conclusiones políticas podemos extraer? Hemos de tener en cuenta que el llamado premio Nobel de economía fue creado en 1968 y que en 1974 y 1976 fueron concedidos ni más ni menos que a Friedrich Hayek y a Milton Friedman, concediendo así un prestigio a las ideas filosóficas, políticas y económicas neoliberales hasta entonces marginales. Los premios otorgados este año parecen ahondar en una economía de soluciones técnicas útiles para los grandes operadores económicos, ya sean Estados o grandes corporaciones.
Hace un año, el Premio Nobel fue a parar a Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer, investigadores del MIT y Harvard. En ese caso, estos tres investigadores se proponían combatir la pobreza, para lo que emplearon los métodos tradicionales de los ensayos clínicos de farmacéuticas. Para afrontar los bajos niveles educativos, en uno de sus experimentos en Kenia creyeron que ni pedagogía, ni psicología, ni ciencias sociales que pudieran contextualizar la situación concreta de los malos resultados educativos eran explicativas del problema. Para ellos se trata de un tema de incentivos a los profesores.
Así, ‘descubrieron’ que se podía reducir mucho el absentismo de los maestros si se les contrataba de forma temporal, renovándolos según sus resultados. También que la mejor forma de evitar el absentismo escolar consiste en dar a los niños tratamientos contra las lombrices parasitarias, que provocan gran agotamiento en los niños y, por tanto, que falten a clase. Reducir ratios para un contacto más personal y menos estresante, o tener un sistema de salud público que garantice unos niveles adecuados de salud a los niños, no les parecieron opciones razonables a estos premios nobel.
Retrocedamos a 2018, los galardonados fueron William D. Nordhaus y Paul M. Romer. El primero aportó un método para “cuantificar” los costes de las emisiones de co2 derivadas de la producción, lo que sería una externalidad negativa, creando así un mercado de derecho de emisiones. O lo que es lo mismo, ampliando el espacio del mercado mediante el aire que respiramos. Por lo que hace a Romer y sus investigaciones para integrar la innovación tecnológica y sobre qué bases ésta se puede incrementar, obviamente la solución es la economía de mercado (neo)clásica admitiendo dos cosas: que quienes desarrollen innovaciones concretas con un alto coste pueden conseguir una situación de monopolio y recuperar la inversión real (cosa lícita si no fuera porque la mayor parte de la investigación base es de financiación pública). La segunda opción son subsidios públicos para la investigación, lo que se viene desarrollando desde hace siglos.
En apariencia, la academia sueca no cesa en su empeño de dar prestigio y recursos a aquellas ideas que profundizan en un determinado sesgo económico de mercantilización y especialización irracional con un efecto doble de colonización tanto real sobre las economías de la periferia global, como sobre las otras ciencias sociales que representan obstáculos a su pretensión totalizadora. El peso de la rational choice, las aproximaciones al conductismo y los equilibrios de mercado se llevan buena parte de los galardones de lo que llevamos de siglo. Pocos son los premios que podríamos decir que han ido a parar a manos de progresistas. El primero que recibió una mujer en 2009 ,Elionor Olstrom[1], politóloga, vino a dar respuesta a la famosa ley de la Tragedia de los Comunes. Olstrom descubrió, como si los miles o millones de personas que practican estos métodos de propiedad no lo supieran, que determinadas formas de propiedad comunal podían ser perfectamente viables en una lógica de mercado competitivo e incluso podían ser superiores a la propiedad estatal y privada. La parte negativa de estos sistemas era lo cerrados que eran a la entrada de actores nuevos, y por lo tanto con un alto componente excluyente y hereditario, lo que a su vez permitía un perfecto conocimiento de los, a veces, complicados sistemas de co-gestión.
Si nos remontamos todavía más, podríamos ir a parar a Stiglitz o Krugman, autores cercanos al neokeynesianismo. En el caso de Stiglitz, el premio le fue otorgado por su estudio de la desigualdad de información que se da en los intercambios, y cómo afectaba a la desigualdad de renta y riqueza. Para quién le pueda interesar esta línea de crítica llevada a posiciones socialistas, existen artículos de Evgeny Morozov sobre la utilización de las nuevas tecnologías como herramientas que puedan transmitir información a compradores y vendedores de manera más eficiente e igualitaria al uso del precio[2].
Krugman, otro crítico de las políticas neoliberales, ganador del premio Nobel un año antes que Olstrom, en 2008, incorporó el elemento geográfico. Sí, muchas veces los economistas llegan a tal nivel de abstracción que ni los factores geográficos o humanos entran en la ecuación. Krugman es crítico con la capacidad de las mejoras tecnológicas de generar altos niveles de crecimiento de manera sostenida en el tiempo, o lo que es lo mismo aceptando la tendencia decreciente de la tasa de ganancia/beneficio. También con la financiarización, al tiempo que firme defensor del sector público como columna vertebral para generar empleo y hacer crecer la economía real.
A pesar de lo expuesto, siempre son interesantes los intentos de incorporar partes de los desarrollos económicos al corpus del conocimiento emancipador. Volviendo sobre la teoría de juegos, el sociólogo Jon Elster y otros intentaron una síntesis de ésta con el marxismo[3], como dice Elster al inicio de su artículo donde habla de teoría de juegos y marxismo ¿En qué debe consistir la relación entre el análisis social marxista y la ciencia social burguesa? La respuesta es obvia: en conservar y desarrollar lo valioso, criticando y rechazando lo que carece de valor. Desde nuestro posicionamiento militante y crítico hemos de esforzarnos por desentrañar el valor civilizatorio o por el contrario criticar la locura de la razón económica.
Bibliografia
[1] Elinor Olstrom, El gobierno de los bienes comunes: la evolución de las instituciones de acción col·lectiva. Fondo de Cultura Económica, 2009.
[2] Evgeni Morozov. Digital Socialism? New Left Review 117/118 MAR JUNE 2019
[3] Jon Elster, Marxismo, funcionalismo y teoría de juegos: Alegato en favor del individualismo metodológico. Sociológica núm. 2 Revista del Departamento de Sociología de la UAM.