Hoy os traemos una entrevista muy especial. En plena oleada del renacimiento de un nuevo andalucismo y un contexto inmejorable para testar la nueva hipótesis andalucista como las elecciones en Andalucía de este próximo 19 de junio, hemos decidido entrevistar Jesús Jurado. Jesús es el autor de uno de los libros imprescindibles de este año, como es La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo editado por Lengua de Trapo y escrito como un tipo de biografía personal del autor, se trata de un ensayo que recorre los momentos claves de la última década y como estos afectaron a la configuración de un nuevo andalucismo que sería interiorizado por las generaciones milenials: de ser hijas del consenso autonómico andaluz a llevar a cabo una revolución cultural que ya está rompiendo las costuras de aquel consenso.
De todo esto y mucho más, hablaremos con Jesús que además de autor de este libro ha estado según su descripción en el libro: “captador de socios para una oenegé, inició una carrera investigadora fallida y fue asesor de discurso y campañas electorales en Podemos. También formó parte algún tiempo de sus órganos de dirección en Andalucía”. En definitiva un testigo esencial de este nuevo andalucismo que se está abriendo y que tanto puede enseñarnos.
Bloque 1: Modernidades que no llegan: Transición y articulación del Régimen del 78 en Andalucía.
Tu libro La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo parece estar montado en torno a una estructura vivencial propia. Entre estas vivencias podríamos empezar por el significado de la Transición en Andalucía. ¿Qué relato fue el imperante durante este proceso? ¿Cómo lo interiorizó tu generación?
Efectivamente, tomé mi propia vida como hilo conductor del libro porque no encontré otra manera de enhebrar de forma honesta las reflexiones de carácter más político con aquellas dedicadas a nuevos fenómenos culturales o a los cambios sociales que se venían produciendo en la Andalucía de la última década. Así, para abordar la Transición, parto de los relatos familiares y otras narraciones personales sobre las manifestaciones del 4 de diciembre del 77, que contrastan con el silencio oficial durante décadas. En ellas se percibe cómo la autonomía operó en Andalucía durante la Transición como un significante vacío capaz de articular las luchas más diversas, del derecho al divorcio a la reforma agraria. Pero además esto tuvo lugar en una sociedad consciente de haber sido maltratada históricamente por el Estado. Por eso el primer Estatuto, ganado literalmente con sangre, parece, leído hoy, más un manifiesto anticolonial que una ley orgánica.
Sin embargo, algo habría de pasar esos 10-15 años transcurridos entre la victoria del 28F y mis primeros recuerdos escolares. Porque lo que mi generación creció celebrando en los colegios cada 28 de febrero era una idea muy distinta de la autonomía, basada en el consenso, la autocomplacencia y la celebración folclórica. Coloreábamos dibujos de Blas Infante, tocábamos el himno con la flauta y comíamos molletes de pan con aceite (de ahí el título del libro). Durante décadas, la memoria de las intensas luchas por la autonomía sólo perduró en tradiciones orales: ya fueran las batallitas familiares o las coplas de Carnaval.
Este momento parecería que se cierra en el año 92 con la celebración de la Expo. Dices que esto quiso ser “más que una renovación de los votos de la autonomía, una celebración de su superación” ¿se superó entonces el trauma del subdesarrollo por un relato modernizador y europeo?
El 92 fue precisamente eso que pasó entre medias de aquel autonomismo rebelde y la experiencia de mi generación. Como bien explica Edu Maura en ‘Los 90: Euforia y miedo en la modernidad democrática’, aquel año fue la culminación del pensamiento nacional-optimista, el momento en que España se celebró a sí misma por haber superado colectivamente los retos de la Transición. Y en Andalucía, decíamos, la Transición se había centrado en la conquista de la autonomía como medio para superar un subdesarrollo cuasi colonial.
La Expo nos contó que ya éramos un país no sólo normal y europeo, sino de primera categoría. El problema es que ese discurso, que no estaba sólo hecho de palabras, sino de infraestructuras, fastos, ingentes cantidades de merchandising, imágenes televisivas… no se ajustaba, en absoluto, a la realidad material andaluza, especialmente a la de sus periferias, que pese a todas las mejoras experimentadas en términos absolutos, continuaba profundizando su dependencia y subalternidad en términos relativos y se sostenía en un modelo cada vez más frágil. Pero íbamos a tardar más de 20 años en comprobarlo, claro. En los años del cambio de siglo, el eslogan oficial de la Junta seguía siendo “Andalucía, imparable”.
Elevando un poco la mirada, quería hablar de la importancia que tiene la autonomía andaluza en la configuración del sistema político de la transición. Amadeu Mezquida decía que “España basculaba, era como una balanza: en un lado estaba Andalucía en el otro Cataluña”. ¿En qué medida era importante esa posición de Andalucía? ¿Qué relación tienen Cataluña y Andalucía?
Más allá del balance geopolítico entre los dos territorios con mayor población del país, que de alguna manera siempre ha tenido y tendrá que gestionar el Estado central y que tan bien se vio en aquel 1992 de doblete Expo-Olimpiadas, me interesante destacar el papel social que jugó Andalucía en la configuración del Estado autonómico del 78.
Plantea Xavi Doménech en Un haz de naciones que “Andalucía inauguró un discurso autonómico que ya nada tenía que ver con el reconocimiento de la singularidad, sino con la asunción de que las autonomías eran una forma de garantizar un desarrollo económico igualitario”. Y no estoy del todo de acuerdo, porque precisamente la singularidad andaluza se había construido, ya desde el andalucismo histórico de principios del S. XX, en una clave eminentemente material: somos andaluces en la medida en que no somos propietarios, porque nuestros ancestros fueron sometidos y despojados de su tierra. Esa interpretación del hecho diferencial andaluz no hace más que agudizarse en el andalucismo político de los 70’, influenciado por el pensamiento marxista, anticolonial y tercermundialista. Desde la Constitución de Antequera de 1883, el autogobierno se había entendido siempre como un medio para la emancipación social y económica de los andaluces. De ahí que, en la Andalucía de los últimos 50 años, la construcción de la democracia, la autonomía y el estado del bienestar fuesen proyectadas, entendidas y contadas como un único proceso coherente –capitalizado durante décadas, en todas sus vertientes, por el partido socialista.
En ese sentido, la aspiración andaluza de “no ser como las demás, sino como la que más” que ha marcado la relación con Catalunya, debe entenderse, al menos en su sentido originario, como una aspiración no de coartar los legítimos derechos catalanes, sino de exigir una mayor convergencia en términos de riqueza y bienestar, entendidos éstos como inseparables de la autonomía política. Y es que uno de los principales objetivos de la autonomía andaluza fue acabar con “las condiciones económicas, sociales y culturales que determinan la emigración de los andaluces”, que tuvo a Catalunya como uno de sus destinos principales y más traumáticos.
Bloque 2: Semillas de ruptura. Crisis económica y 15-M
El movimiento del 15 de mayo supuso una sacudida democrática que por toda España puso patas arriba los consensos anteriores del Régimen del 78. Sin embargo, sus modulaciones en los territorios con identidades nacionales/regionales han permanecido más ocultas. ¿Que hubo en Andalucía más allá de ese “relato centralista del 15-M” como tú lo llamas?
Pues si como decíamos antes, en Andalucía la democracia, la autonomía y el bienestar se habían entendido como un todo coherente, una crisis económica que hace trizas el precario estado de bienestar levantado en las décadas anteriores y las promesas de convergencia con el resto de Europa, acompañada de una crisis política derivada del mayor escándalo de corrupción de la historia de España –el caso de los ERE- acaban resultando, necesariamente, en un cuestionamiento de la autonomía andaluza y de la identidad construida por la misma.
No fue inmediata, claro. Sólo a posteriori es posible encontrar señales que empezaban a evidenciar la crisis de este modelo en un doble sentido: por un lado, surgen movimientos por la recuperación de la autoestima colectiva como nueva forma de articular las demandas autonomistas; por el otro, una corriente reaccionaria que reniega de la autonomía y la democracia desde la nostalgia del franquismo.
Se suele ver el 15-M como el inicio de un ciclo político nuevo en España. Al mismo tiempo, como recordaba Gemma Ubasart hay fenómenos que se entrecruzan, como el Procés en Cataluña o las dinámicas propias del País Vasco. ¿Cómo es en Andalucía?¿En qué medida este momento prefigura los orígenes de ese “nuevo andalucismo”?
Quizá no cabe hablar de un 15M andaluz con dinámicas tan sustancialmente diferentes a Cataluña y País Vasco, que ya para entonces tenían asentadas esferas políticas, mediáticas y activistas propias. Pero sin duda tuvo características propias derivadas de las especificidades sociales y políticas andaluzas. Siendo Andalucía el territorio donde los recortes afectaron con mayor crudeza, por los altísimos índices de pobreza y desempleo que se mantenían ya antes de la crisis, las clases más humildes tuvieron un protagonismo mayor en el movimiento. Y eso se tradujo en una radicalización del repertorio activista precisamente mediante la incorporación de prácticas comunitarias tradicionales. Entre ellas cabe destacar las Corralas –okupación de bloques para familias desahuciadas regidas por los valores de autogestión de las mujeres andaluzas-, el uso del flamenco como herramienta de protesta o el sindicalismo social de origen jornalero del Sindicato Andaluz de Trabajadores, que tuvo un peso decisivo aquellos años tanto a nivel mediático -con acciones como la expropiación de alimentos en Mercadona- como organizativo –en las Marchas de la Dignidad, por ejemplo.
Además de todo eso, hay que recordar que entre 2012 y 2015, en lo más álgido de la crisis económica y política, Andalucía estaba gobernada por una coalición entre PSOE e Izquierda Unida. Ese desprestigio de las organizaciones tradicionales de la izquierda andaluza, especialmente entre los más jóvenes, sería decisivo en todo cuanto vendría después.
Bloque 3: El asalto a los cielos. El ciclo de cambio político y lo plurinacional en Andalucía.
Con la llegada de Podemos, se inicia un nuevo ciclo de combate institucional que ha tenido diferentes derivadas. Tu dices que una de las claves para entender los resultados en Andalucía es la “ausencia de un discurso andalucista propio capaz de encajar en la propuesta plurinacional”. ¿Qué andalucismo podía haber encarnado Podemos y de que se diferenciaría de las anteriores oleadas?
Probablemente se hubiera limitado a implantar antes y con menores costes el discurso que adoptó Adelante en 2018. Eso habría permitido, por un lado, reducir la dependencia de los liderazgos madrileños –algo que sin duda nos habría ahorrado muchas disputas internas- y, por otro, emanciparnos del discurso andalucista de las organizaciones de extrema izquierda, que tampoco encajaba ya en la sociedad andaluza del S. XXI. La marca Podemos, como se veía con claridad en las encuestas, tuvo en Andalucía momentos de prestigio, pero siempre cargó con el sambenito de ser una sucursal madrileña –algo que limitaba mucho nuestra capacidad de crecimiento.
Sin embargo parece que el resultado no fue muy satisfactorio, escribes citando a Javier García Fernández, que si el PP era una maquina de fabricar independentistas catalanes, “Podemos Andalucía ha sido una maquina de fabricar andalucistas”. Si una de las claves del proyecto de Podemos fue la articulación de confluencias plurinacionales (En Comú Podem, A la Valenciana, En Marea…) ¿A que se debe la cerrazón que lleva al aparato del partido a bloquear los intentos de construir algo así en Andalucía?
Cerrazón siempre había ante cualquier desafío de la jerarquía establecida. Tener que negociar listas de 61 diputados al Congreso con un poder ajeno al núcleo complutense inevitablemente iba a generar resistencias. El problema estuvo, creo, no tanto en la cerrazón madrileña sino en la debilidad andaluza. La diferencia fundamental entre Andalucía y otras nacionalidades del Estado fue la ausencia de organicidad propia, y ésta a su vez era consecuencia de un vacío anómalo: las últimas organizaciones andalucistas clásicas, es decir, el PA y la CUT se disolvieron de manera casi simultánea al nacimiento de Podemos. Queríamos ser reconocidas como confluencia plurinacional pero no teníamos con quién confluir. De hecho, si finalmente Adelante Andalucía consiguió ser algo ligeramente diferente a Unidas Podemos del Sur es gracias a la incorporación, testimonial pero cualitativamente sustantiva, de dos restos del naufragio del PA: Primavera Andaluza e Izquierda Andalucista.
Aun así en 2018 consigue aparecer “con una épica inesperada” Adelante Andalucía. Si bien el resultado de las elecciones del 2-D no fue bueno, en comparativa, Adelante obtenía unos resultados espectaculares, como recordaba la propia Teresa Rodríguez en el documento político “Ser Luna Llena”. ¿Qué significó ese primer Adelante Andalucía?
Si queríamos superar al PSOE, que era nuestra meta, todos compartíamos que la confluencia entre Podemos e Izquierda Unida no podía hacerse en base a una identidad de parte –somos la izquierda de la izquierda- sino disputando el todo, es decir, la identidad andaluza que durante décadas había sido articulada por el PSOE-A. Esa era la diferencia cualitativa que supuso Adelante con respecto a Unidas Podemos.
Ahora bien, sustituir al PSOE como principal abanderado andaluz se entendía como un objetivo a medio plazo y suponíamos que Díaz volvería a ser presidenta, aun con menos apoyos, reeditando su pacto con Ciudadanos. Sobreestimamos la fortaleza socialista e infravaloramos la corriente reaccionaria de fondo que se había desatado en toda España a raíz del procès, la moción de censura y el auge feminista. El 2D lo cambió todo: el gobierno andaluz cayó en manos de unas derechas con una capacidad estratégica inesperada, en España se abrió un nuevo ciclo político marcado por la irrupción de Vox y Podemos e Izquierda Unida iniciaron un giro gobernista como reacción conservadora ante el mismo. Ese cambio de condiciones dinamitó los consensos sobre los que se había cimentado el primer Adelante –aunque su final podía haber sido mucho menos traumático en todo caso-.
Bloque 4: En paralelo: resurgir del andalucismo cultural, social (¿y político?)
Uno de los aspectos más interesantes de tu libro es la narración del resurgimiento de un nuevo andalucismo cultural expresado a través de la nueva escena musical y artística del momento. Por decirlo rápido y resumiendo: ¿Empowerment quiere decir Poderío en andaluz?
Esa frase del anuncio de Cruzcampo, en diálogo aparente entre la Lola Flores fake y la joven cantaora Mª José Llergo, me llamó poderosamente la atención porque ya la había leído unos años atrás en el manifiesto fundacional de la Poderío, una revista del feminismo andaluz. Fue como una epifanía de cómo el resurgir del andalucismo cultural que algunos veníamos intuyendo y teorizando había salido de los márgenes y se había convertido en mainstream. Después del desastre del 2D, la generación perdida de Andalucía había perdido una batalla política, pero estaba ganando batallas culturales decisivas. Como insiste siempre Curro, el cantante de Califato, el primer paso para formular una alternativa es tener la autoestima suficiente para ello. No se sale de la resignación y el fatalismo sin un fuerte orgullo por tu identidad. Esa fue, por cierto, una de las obsesiones de Blas Infante: conseguir que los andaluces se sintieran orgullosos de su historia y de su cultura.
Escribiste Querida Rosalía, disculpe las molestias en plena polémica por el debate de la apropiación cultural en sus canciones. ¿Cómo acaba sonando Malamente en un mitin de Vox?
Decía antes que Vox, en Andalucía, representa la otra cara de la moneda de la crisis autonómica. Se nutren del malestar, de las masculinidades frágiles y de la épica nacionalcatólica que el PSOE nunca se atrevió a cuestionar. Pero tienen en la estética un obstáculo importante para su crecimiento. Si tus únicos aliados en el mundo de la cultura son Morante de la Puebla y José Manuel Soto, difícilmente vas a poder presentarte como una opción atractiva y trendy. Por eso emplearon el Malamente: un producto con regusto andaluz capaz de conectar con la sociedad andaluza de hoy, pero suficientemente mercantilizado como para que no fuese disonante con tu proyecto españolista.
Al final, hasta Rosalía acabó publicando –demasiado tarde para mi gusto, eso sí- un ‘FCK VOX’ en Twitter y no sonó más en sus mítines. Ahora acompañan los disfraces de Olona con remezclas de Macarena, porque la versión original de Los del Río suena demasiado casposa hasta para ellos.
Make Spain Al-Andalus Again. ¿Que está pasando cuando un grupo de memeros digitales llegan a las mismas conclusiones que el andalucismo infantiano de Antonio Manuel?
Es fascinante cómo el interés por el pasado andalusí renace paralelamente en foros digitales, en la novela histórica, en la música electrónica, en el diseño gráfico, en los tatuajes… Como decía antes, en esta nueva oleada andalucista hay un propósito fundamental: recuperar el orgullo de lo que somos. Y para ello tenemos que volver a contar ese “lo que fuimos” que cantamos en nuestro himno, porque la historia oficial de España nos deja más bien mal parados.
Y otro elemento compartido por estos primeros brotes verdes andalucistas es la apuesta por la dignificación y valorización de las hablas andaluzas que no se vio con la misma fuerza en los andalucismos anteriores.
Te traslado las preguntas que tu mismo te haces en el libro sobre el renovado interés por el pasado andalusí y sus vínculos con el nacionalismo andaluz: “¿No era demasiado esencialista esta obsesión por el pasado andalusí”? “¿Qué demonios tenía que ver la denuncia del paro, la emigración o la corrupción con el Califato de Córdoba?”
Como decía antes, la relectura del pasado es siempre necesaria para devolver la autoestima y la dignidad a una comunidad marginada. Basta ver cómo el movimiento Black Lives Matter propone el derribo de las estatuas de esclavistas con la misma convicción que el ‘Defund the police’. Blas Infante lo entendió perfectamente, pero ojo, no lo hacía desde el prisma esencialista y excluyente del nacionalismo étnico, como por entonces planteaban muchos otros. Lo hacía como lo que siempre fue: un republicano federal convencido. Pi i Margall ya insistía en que no era posible formular una idea republicana de España sin rescatar del olvido y la negación lo que él llamaba “la España árabe”. Sin ella, es imposible desmontar el relato nacionalcatólico de un país fundado por y fundido con la Iglesia y la Corona. Y recuperar hoy las glorias de Al Ándalus es hacerlo en clave feminista y antirracista. La última novela de Antonio Manuel, o el Orguyoça de Carmen Xía son ejemplos de ello. Por eso siempre digo que ojalá la moda andalusí no se circunscriba al nuevo andalucismo, sino que se extienda a las izquierdas estatales, valencianas, madrileñas, extremeñas…
Bloque 5: Batallas del presente. El 19J y Adelante Andalucía
Para acabar ¿Como ves la campaña de estas elecciones? ¿Crees que el nuevo Adelante Andalucía puede encarnar la traducción política de ese nuevo andalucismo cultural?
El nuevo Adelante guarda diferencias sustanciales con el anterior, no puede todavía marcarse objetivos tan ambiciosos como aquel. Este 19J lo que necesita es consolidarse. Empezó como movimiento de resistencia de tintes ultraizquierdistas en medio del conflicto con UP, pero supo enderezar el rumbo a tiempo para abordar estas elecciones con un objetivo claro y sencillo: reconstruir una organización política andalucista con presencia institucional después de décadas de ausencia; acabar con ese vacío anómalo que mencionábamos antes. Y su estrategia discursiva principal pasa precisamente por intentar articular políticamente el nuevo andalucismo cultural.
Ahora bien, que nadie se engañe, esto no se da ni mucho menos de forma automática. Las esferas cultural y política son diferentes, por mucho que estén interconectadas. Ni estas elecciones van a medir la potencia del andalucismo cultural, ni el andalucismo político será nunca su único catalizador. Todos disputan hoy –hasta Vox, a su manera- la identidad andaluza, incluidas sus manifestaciones culturales más vanguardistas. La última ola gloriosa de andalucismo cultural, esa generación de artistas que va de Triana a Rocío Jurado, pasando por Camarón y Carlos Cano, acabó siendo capitalizada, como el resto de lo andaluz, no por el Partido Andalucista, sino por un PSOE vestido de blanco y verde. Evitar que el nuevo andalucismo acabe siendo la banda sonora de los futuros documentales sobre Juanma Moreno será una tarea ardua. Y empieza el mismo día después de las elecciones.