Pensado con Ildefons Cerdà

Por Frederic Sala

 

En català

¿Qué nos pueden decir las ciudades? ¿Pueden decir algo? Las ciudades siempre están en constante cambio, siempre lo han sido y siempre lo estarán. La ciencia o disciplinas que se encarga de los asentamientos humanos es el urbanismo. El fundador de esta disciplina o conjunto de disciplinas es Ildefons Cerdà, que en 1867 definía el urbanismo de la siguiente manera:

 

“Conjunto de conocimientos principios, doctrinas y reglas, encaminados a enseñar de qué modo debe estar ordenado todo agrupamiento de edificios, a fin de que responda a su objeto, que se reduce a que sus moradores puedan vivir cómodamente y puedan prestarse recíprocos servicios, contribuyendo así al común bienestar. […] es simplemente unos agrupamientos de albergas, puestos en relación y comunicación mutua, para que los albergados puedas tratarse, puedan ayudarse, defenderse, auxiliarse recíprocamente y prestarse unos a otros todos aquellos servicios que sin perjuicio propio puedan concurrir a los acrecentamientos y desarrollo del bienestar y prosperidad común. (Cerdá, 1867, 32)

 

Ya en Platón encontramos una preocupación por la ciudad y lo que podríamos llamar una especie de urbanismo, en una primera vez cuando se pregunta cómo debería ser la ciudad justa en la República y una segunda vez cuando propone en el diálogo las leyes ciudad de Magnesia [1], para que los ciudadanos puedan ser ciudadanos justos. En Platón descubrimos esta ordenación y voluntad que en la ciudad no falte de nada para llevar una vida digna y en común. También podemos encontrar en la Política Aristóteles cómo se ocupa por la ordenación de la ciudad, preocupándose por ejemplo por las salidas al mar que debe tener la ciudad, cómo debe tener garantizada el agua potable [2], estar protegida contra el viento y las inclemencias climáticas en general o la guerra. La ética nos habla sobre cómo debe ser nuestro conducto, sobre cómo conseguir la felicidad, la buena vida, etc. Si ya Platón o Aristóteles aparte de preocuparse por el alma y la virtud de los ciudadanos, se preocupan también por una especie de urbanismo, porque los ciudadanos no se mueven en el vacío sino que se mueven en el espacio. Es en el espacio donde ocurren las cosas, donde está la acción, donde se produce la política. Todo planteamiento sobre cómo llevar una vida buena debe contextualizarse en un entorno, en una forma de habitar el mundo. La pregunta sobre cómo debemos habitar el mundo es una pregunta filosófica y que implica necesariamente tener en cuenta el urbanismo, puesto que es en asentamientos, pueblos o ciudades, donde siempre los seres humanos, hemos desarrollado y seguiremos desarrollando nuestras vidas.

 

[…] Un hecho que siempre ha asistido a la humanidad en su cuna, que la ha acompañado en su niñez, como en su mocidad, en sus adversidades y en su auge y que la seguirá constante como una compañera y amiga en todas sobre vicisitudes; hecho que por consiguiente abarca todos los siglos, todas las razas, todos los pueblos, todas las edades, todas las épocas. (Cerdá, 1867)

 

Pero cada época, cada civilización ha tenido una forma propia de interpretar su posición en el mundo, su forma de convivir con los demás, su propia forma de habitar el mundo, y desde las primeras ciudades hasta las más actuales esto se ha visto reflejado en su forma de construir sus ciudades. Un caso que puede parecernos más extremo lo encontramos en los inicios de la civilización por ejemplo en Egipto, donde las ciudades se encontraban alrededor de las pirámides. Sin embargo, no es que la ciudad se formase por casualidad en una pirámide sino que la ciudad se formaba en la construcción de éstas. Era sociedad fuertemente jerarquizada que rendía culto a una sola persona que era el faraón. Los faraones escogían un emplazamiento en el que construir su tumba y allí es donde se formaban las ciudades. Las ciudades de Egipto eran todo un complejo sistema [3]que tenía como único fin la construcción de la pirámide. Las viviendas de las ciudades eran de carácter temporal, no estaban dotadas de murallas ni existía una planificación determinada, no era una ciudad para ser vivida ni tenía como principal finalidad satisfacer ninguna necesidad que no fuera la del faraón. La mayor parte de los golpes estas ciudades eran abandonadas con la muerte del faraón, por lo que todas las estructuras más allá de las funerarias tenían un carácter temporal. Así pues, podemos ver un primer ejemplo de cómo una forma determinada de concebir el mundo constituye una forma determinada de habitarlo.

Otro ejemplo de la época antigua, son las polis griegas. En cierto modo éstas estaban condicionadas por la misma topografía montañosa que encontramos en Grecia y su costa, por lo que la organización política era la de pequeños asentamientos independientes que las podríamos llamar ciudades-estado. La organización política de la Grecia Antigua residía en la comunidad. La «comunidad» no era algo sensible, pero si se podía tener experiencia. Si esto era así, es porque era una forma de vida, «la vida en comunidad» y esa vida se desarrollaba en la polis. Para los griegos la polis era algo más que una entidad material en la que vivían, para los griegos antiguos la polis era la comunidad. La polis estaba formada a través de los miembros integrantes de lo común. El hombre necesitaba a la comunidad para vivir, ya que formaba parte y sobre todo porque lo constituía.

El nacimiento en las polis condiciona en cierto modo cómo se constituiría el individuo, porque no era lo mismo nacer esclavo, ciudadano o ciudadano de unos linajes concretos. El nacimiento es un criterio fundamental pero no único, ya que también existía la educación en las costumbres era muy relevante, y es que la educación se recibía en la escuela, pero también en la participación de la vida pública que se desplegaba en las calles y espacios públicos. Es a través de la convivencia con los demás cómo el ciudadano se forma una identidad y no a través de unas enseñanzas teóricas. Cabe recordar que ética y política por los griegos no podía diferenciarse. La política excelente es la ética. La finalidad de la política era la felicidad y esa felicidad no podía alcanzarse sin la virtud. El carácter individual procede del “carácter” de la comunidad. Esta forma de habitar el mundo se materializaba de una forma muy evidente. Tenía una dimensión material que podemos ver en cómo se organizaban las distintas edificaciones de las ciudades. Toda ciudad griega se estructuraba envolvente de lo que tenía más importancia, que es el ámbito público, es decir todo giraba en torno a los edificios públicos donde los ciudadanos hacían su día a día, y las viviendas ocupaban el resto. Las viviendas contrastaban mucho con los edificios públicos. Mientras los edificios públicos eran elaborados y espléndidos, las viviendas privadas eran sencillas y poco trabajadas. Esto no es más que una de las maneras de cómo se nos materializa la diferente importancia para los griegos del ámbito público y el privado. La acción, es decir, la política y la vida se desarrollaba en el ámbito público, por eso había un gran espacio destinado a esta actividad. El ágora era el espacio que estaba rodeado por todos los edificios públicos, como la sala de las asambleas, los edificios administrativos, los tribunales, entre otros, epicentro de toda actividad de la polis. Seguramente la polis griega es uno de los mejores ejemplos para ver cómo se materializa una forma de vida con un paisaje urbanístico concreto. Posiblemente, el paisaje urbanístico de la polis griega es el que más contrasta con el paisaje urbanístico de las ciudades occidentales contemporáneas, y más adelante veremos por qué.

Dejando las polis griegas atrás, podemos pasar a fijarnos con las ciudades del Imperio Romano. Cuando hablamos de imperio hablamos de un poder territorial que tiende a expandirse y que depende de la metrópolis. Patria proviene de patris, pero que además tiene cualidades de madre. El paso de la politeia [4]a imperio era un fuerte golpe a la vida ético-política de los ciudadanos, ya que la autarquía queda gravemente tocada si no destrozada. En una fase previa al imperio romano, es un exponente el estoicismo. Según los estoicos, el cosmopolitismo, la polis, en tanto que la naturaleza humana es política, la ciudad propia de los hombres, es el mundo entero, el cosmos. Por los estoicos el hombre tiende por naturaleza a convivir con los demás hombres, pero no significa vivir en las mismas condiciones y circunstancias, no es un ideal igualitario ni democrático. Por los estoicos nuestra naturaleza es así porque el cosmos está regido de forma que nada tiene que envidiar al nomos (leyes políticas.) Los estoicos recuperan el sentido del cosmos, por unas leyes imperativas y que son racionales. La ley de la naturaleza humana no se reduce a la dominación de unos hombres sobre otros. Los filósofos estoicos pensaban que las contingencias de los hombres no eran absurdas, porque obedecían a causas universales cósmicas. En la cosmópolis todo se producía por la providencia. Por los estoicos la naturaleza es providente, porque todo lo que ocurre la naturaleza pasa con una finalidad. Todo está ordenado, el cosmos está regido por leyes racionales y se aspira a una vida que esté acorde con la naturaleza humana pero también rehuyendo los artificios. La convencionalidad de las leyes políticas debe obedecer a las leyes naturales. La misma naturaleza humana se gobierna a sí misma con el modo político. En Roma se inaugura el reconocimiento del ámbito privado y la herencia, en el sentido de que las leyes pueden regular las herencias y/o negocios y todo queda recogido en derecho romano, con un sofisticado sistema jurídico, referente hasta el día de hoy. Aparece el negocio que viene de Negotium que significa la negación del ocio y cobra gran importancia en la actividad diaria de los ciudadanos romanos libres. El poder de un imperio ya no es el poder de una pequeña polis, el comercio es mucho más abundante, las migraciones de personas son constantes, el comercio mantiene atado y próspero el imperio, la población es grande y difícil de gobernar hecho que hace necesario un complejo sistema jurídico-administrativo. Por otro lado, el ámbito militar cobra especial importancia para mantener las fronteras y las rutas comerciales. Así pues, ante todo esto el paisaje urbanístico de una ciudad romana toma la forma del espíritu de quienes viven en ella. En la ciudad romana encontramos una planificación, sobre todo en las ciudades de nueva planta, y no tanto en Roma en sí que tanto por la topografía como por su antigüedad tenía una edificación bastante irregular (debemos imaginar que tenían las mismas dificultades que nos encontramos ahora la hora de ordenar centros históricos de muchas ciudades como Barcelona o Gerona). Las ciudades cogen el ejemplo de los campamentos militares que tienen dos grandes vías de paso, el cardo y el decumanus . El cardo dividía la ciudad de norte a sur, y el decumanus de este a oeste. Muchas veces se decidió que en la intersección de estas principales vías se situaría el foro y plazas públicas dedicadas al comercio, la política o la justicia. En caso de que la ciudad tuviera murallas, también tenía cuatro entradas que correspondían a las dos cabezas de las dos calles principales. Las viviendas se intentaban organizar en islas ( insulaes ) de viviendas que podían tener varios pisos y donde los bajos encontrábamos tiendas y talleres, pero también se lo podían encontrar que en las plantas bajas se dispusieran viviendas alrededor de un jardín o pasillo. El uso del cardo y el decumanus[5] nos dice sobre la importancia militar en la sociedad imperial, la perfección y magnificación de los edificios públicos y las grandes obras públicas como los baños públicos, anfiteatros, teatros y circos nos dicen sobre la necesidad del poder de mantener el orden en poblaciones mucho más densas. El poder se vuelve de carácter más privado de lo que encontramos en la polis y la individualidad gana cierto terreno a la comunidad, con la propiedad privada y el orden jurídico que la sostiene se nos da como una de las consecuencias la aparición de las villas romanas, donde la vivienda es elaborada con diversas partes y comodidades. Por último, también podemos destacar que la voluntad comercial y control de poder del Imperio Romano da como resultado a puertos más sofisticados y la aparición de las vías romanas, vitales para tener rutas rápidas para defender el territorio y rutas seguras por el comercio que mantenía unido al imperio.

Como hemos visto en estos tres ejemplos, la forma de percibir el mundo tiene implicaciones materiales, al igual que implicaciones jurídicas, económicas, sociales, políticas, etc. Podríamos seguir poniendo ejemplos como las ciudades medievales con sus catedrales, universidades o sus fortalezas y murallas a prueba de guerras constantes pero también como símbolo de poder único. También podríamos hablar de cómo la Unión Soviética tuvo una forma propia de arquitectura o como regímenes totalitarios como el chino o de Corea del Norte también tienen un urbanismo muy singular, que permiten un control muy eficiente de la población [6].

Al respecto Ildefons Cerdà lo dice de la siguiente manera:

“Cada generación al poner su piedra, por decirlo así, en ese cúmulo de construcciones que forman la urbe, ha obrado según el modo peculiar de vivir y funcionar predominante de la época en que pasaba en la tierra. […] Ahora bien, ese modo de ser y vivir de las generaciones pasadas ¿Dónde la buscaremos? ¿Dónde iremos a estudiarla? Allí donde funcione como mayor desembozo, donde podamos contemplarla obrando con todo lleno de su energía, es decir, en la vía pública; ya que de la armónica de todas las vidas individuales es la que determina las formas y accidentes de los elementos que en la urbe deben servirle.” (Cerdá, 1867, 685)

Pero lo que dice Ildefons Cerdà en esta cita sólo lo dice en referencia a la forma que tiene cada época de desplazarse, ya fuera a pie, carro, sobre montura, etc. Yo creo que podemos llevar ese fragmento de Cerdà más allá para ayudarnos a pensar. Creo el urbanismo puede informarnos desde una posición privilegiada sobre el espíritu de una época. Me explico, en cada cambio socioeconómico, podemos encontrar distintos géneros musicales, nuevas formas de vestir, nuevas drogas y el uso que se hace de ellas. Estos elementos pueden hablarnos sobre una época concreta, la cultura nos dice mucho sobre lo que está pasando en una sociedad. Sin embargo, creo que el urbanismo nos puede dar un paso más allá. El primer motivo por el que lo creo es porque la estructura urbana de la que vivimos no es una prenda o un estilo cinematográfico que puede cambiar en unos pocos años a menos que el cambio sea brusco como podría ser una revolución, en una revolución hay un cambio de espíritu, por tanto, siempre descubrimos cambios urbanísticos. [7]Por tanto un cambio urbanístico requiere una voluntad firme y dispuesta para que cambie de forma sustancial, esta solidez nos permite tener una perspectiva mucho más general del espíritu de nuestra época. Podemos pensar que la forma de vivir de cada generación es diferente, pero podríamos decir que no son más que variaciones del mismo espíritu de época si en esencia la forma de habitar el mundo sigue siendo la misma. En segundo lugar, el urbanismo nos informa de cómo vivimos, de cómo habitamos el mundo, cuál es nuestra relación con el entorno. Un género musical o una corriente artística por lo general puede hablar del estado de ánimo o de las esperanzas de una generación, pero no llega a alcanzar las bases y principios del modo de vida de una civilización.

Ildefons Cerdà quería mejorar la vida de las personas y preparar la llegada de un nuevo mundo mediante una intervención urbanística, y es que considero que el urbanismo puede ser una herramienta para cambiar la forma de habitar y entender la vida que tenemos personas. Cada día cuando tomamos el tren, el coche, el metro y nos desplazamos para ir de un sitio a otro, y nos encontramos en acción dentro de un espacio, nuestra vida transcurre de una forma determinada, la percepción que tenemos de entorno en función del tiempo que tardamos en llegar de casa al trabajo, la cantidad de gente que nos encontramos, si podemos hacerlo de forma eficiente o por el contrario nos encontramos en retenciones de tráfico, etc. Todo esto nos condiciona nuestra forma de vivir y de entender el mundo. El reparto del espacio de las calles donde tienen prioridad los coches y el ruido que les acompaña, y donde tampoco hay bancos públicos para sentarse, ni zonas verdes donde desconectar la movilidad [8], impide que las calles sean zonas de socialización donde las personas se encuentren con los demás conciudadanos convirtiendo las calles y los espacios en tan sólo en zonas de paso. Las calles ocupadas por los coches también nos dicen que el uso prioritario de las calles lo tienen aquellos que son propietarios de un vehículo privado y una zona de parking para aparcar, ocupando también un espacio común [9]. En cambio, una apuesta por carriles bici nos hacen pensar en otro tipo de movilidad, las zonas exclusivas peatonales nos abren la puerta a tener una relación de apropiamiento colectivo de los espacios, donde las personas pueden relacionarse, los niños jugar, o las personas mayores simplemente disponer de una zona segura y saludable para descansar y socializar abandonado así la soledad de la casa que afecta cada vez más a las personas de edad avanzada. La política se hace también con el urbanismo, Ildefons Cerdà lo conoció de primera mano cuando se topó con la burguesía catalana que veía con malos ojos sacrificar demasiado terreno edificable, ya que donde Cerdà veía salud y felicidad, el burgués veía un terreno de dónde sacar un rendimiento económico, la presión de la burguesía catalana hizo que Cerdà se veías obligado a sacrificar parte del proyecto. Y es que los poderes políticos siempre han condicionado el urbanismo desde la época industrial. Actualmente, podemos encontrar discurso político a través del urbanismo si miramos por ejemplo a los bancos de uso público que encontramos en las ciudades. Veremos que muchos de los bancos de las ciudades son individuales, o que otros tienen elementos que no permiten que una persona pueda estirar. Son medidas para evitar que personas sintecho las hagan uso. Estos bancos son también un discurso. Son algo material, que a la vez nos dice varias cosas, como por ejemplo que los indigentes no pueden hacer uso del espacio público o que las personas sin hogar nos molestan.

Lo que quiero defender es que el discurso político tiene una dimensión material o que la materialidad forma parte de la naturaleza del discurso político. Un discurso político que no reconoce a unos individuos como iguales, no es una cuestión simplemente simbólica o cultural, sino que tiene su dimensión material como por ejemplo en las leyes, pero también puede tener otras encarnaciones “todavía más” materiales.

«La dominación crea identidad y ahorma una visión del mundo por medio del urbanismo, las leyes, o los títulos académicos o de valor, e igualmente el discurso sólo opera políticamente cuando se hace carne: regularidad, procedimiento. Los hechos materiales más duros producen sentido y todo sentido compartido se sedimenta en códigos o instituciones. Por lo demás, no existe sistema de relaciones empezando por el capital financiero, que no descanse sobre ficciones compartidas y actos comunicativos. »[10]

El urbanismo tiene una doble dimensión, en su estudio podemos vislumbrar cuáles son los principios rectores de una época, y la acción nos permite hacer profundos cambios de estos principios e instaurarnos nuevos.

Si pensamos con Barcelona cuando se habla del “modelo de ciudad” en el fondo no se habla sólo de infraestructuras, o hacia qué sector económico debería encararse la ciudad, se habla de un modelo de forma de vida, habitar el mundo, de decisiones de carácter filosófico que se toman con criterios no filosóficos. Y es que más allá de los criterios económicos en el diseño de la arquitectura y el urbanismo existe un factor cognitivo a tener en cuenta. Por un lado, afecta a nuestra sensación de bienestar y por otro determinará nuestro comportamiento en cierto modo. Si por ejemplo pensamos en un problema más grave que tienen las ciudades del área metropolitana de Barcelona, que es el acceso a la vivienda, vemos que el precio de la vivienda está muy por encima de las posibilidades de la mayoría de personas jóvenes, lo que obliga a muchos jóvenes a no poder abandonar la casa de sus padres, a tener que compartir vivienda con personas que no necesariamente son sus parejas o amigos. Esto condiciona de forma significante las perspectivas de futuro de las personas que se encuentran en esta situación de provisionalidad indefinida, ya que se hace difícil proyectar una vida hacia el futuro si ni siquiera tiene un hogar suficientemente sólido en el que arraigar. Así pues, esta dificultad de acceso a una vivienda se traduce en muchas ocasiones en problemas de salud mental, pero también en la imposibilidad de formar una familia y en general al poder disponer de un futuro sobre el que construir una vida.

Como definía Ildefons Cerdà al inicio de este texto, el urbanismo tiene como finalidad satisfacer las necesidades del bien común de los ciudadanos, pero hoy en día es difícil pensar que el urbanismo está entregado a cumplir estos objetivos, se hace difícil pensar que los planes urbanísticos que existen actualmente, tienen el propósito que tenía Cerdà cuando planteó la reforma de Barcelona mediante el ensanche. En cierto modo el plan de Ildefons Cerdà no llegó del todo a buen puerto, y es que aunque sus intenciones y la voluntad de mejoramiento colectivo, sus principios humanísticos, chocaron con un “espíritu” que iba en dirección contraria al de la época y que ese espíritu es el mismo que todavía nos acompaña hoy en diferentes manifestaciones, pero con la misma esencia. Este espíritu podría llamarse el espíritu capitalista, que llegaba de la mano de la industrialización y vapor que maravillaba a Cerdà. El mismo momento que Ildefons Cerdà publicaba su obra, Marx empezaba a escribir El Capital , y la percepción de épocas futuras mucho más prósperas era todavía un sentimiento compartido en muchas regiones donde la revolución industrial todavía no había provocado sus estragos:

“Y entonces, comparando tiempos con tiempos, costumbres con costumbres y elementos con elementos, comprendió la aplicación del vapor como fuerza motriz señalaba para la humanidad el término de una época y el inicio de otra, y que en el presente nos encontramos en un verdadero estado de transición, estado que podrá ser mas duradero ó más corto, segú0n el carácter que tome la lucha que percibió comenzada ya entre los pasados con sus tradiciones, el presente con sus intereses creados, y el provenir con sus nobles aspiraciones y arranques. […] La nueva época con sus elementos nuevos, cuyo uso y predominio se extiende todos los días con nuevas aplicaciones, acabará por sacarnos una civilización nueva, vigorosa y fecunda, que venderá a transformar radicalmente el modo de ser y funcionar la humanidad , así en el órden industrial como en el económico, tanto en el político, como en social, y que terminará por enseñorearse del orbe entero[…]” (Cerdà, 1867,7)

Pero la realidad es que las esperanzas de una nueva época por la humanidad si llegaron, pero junto al progreso científico y tecnológico también se instauró un sistema económico irracional y despótico que se apoderó de la forma de vivir de prácticamente el mundo entero . Y precisamente mucho del paisaje urbanístico que encontramos actualmente en las ciudades como Barcelona, es fruto del espíritu capitalista. [11]Como ya hemos dicho antes Ildefons Cerdà ya se topó con esto, pero el paisaje urbanístico ha seguido cambiando. El vehículo privado se ha apoderado de todas las calles hasta el punto de que es difícil pensar que sea posible que pueda aumentar el parque automovilístico de la ciudad. Por otra parte, todos los días llegan barcos cada vez de mayores dimensiones a unos puertos en constante ampliación. La ciudad ha dejado de ser concebida como un bien de uso para satisfacer las necesidades, por ser un valor de cambio para el mercado. Si miramos el caso de España en general que es uno de los países con más problemas de vivienda de Europa, encontramos un ejemplo muy claro: la aspiración de parte de la ciudadanía española, es la de poder dejar algo en herencia en sus hijos, esa cosa concretamente, es poder dejar un piso o una casa a sus hijos. Esta aspiración incluso es superior a poder dar una buena educación, un negocio o una carrera universitaria. Esto es un hecho muy arraigado en la cultura española, que se ha materializado de una forma muy concreta, y es que las ciudades españolas no tienen un problema de escasez de vivienda, sino que la vivienda de las ciudades está destinada en la compraventa y en la especulación, lo que nos da cientos de edificios vacíos y miles de pisos esperando ser comprados por algún fondo de inversión de dudosa reputación. Muchas de estas viviendas también están destinadas a la explotación turística que es uno de los otros males de la ciudad que hoy en día ya ha expulsado a miles de personas del centro. Y es que desde los tiempos de Cerdà, la vivienda se convierte en un elemento de producción de la ciudad, con esta inversión de cómo pensamos la ciudad, se deja de pensar en ciudad para que la vivienda se consolide en lo que produce la ciudad . Ya no existe un modelo de la reflexión de lo común. Para terminar este texto quiero volver a citar a Cerdà y es que en el inicio de la Teoría General de la Urbanización dice “En una palabra, el hombre debe a la urbanización que nación con él, y con él creación, todo cuanto es, todo cuanto puede ser en este mundo, la conservación de su existencia individual primero, su desarrollo moral e intelectual, después por fin la existencia social” (Cerdà 1867, 6)

Estas palabras deberían hacernos reflexionar sobre la situación en la que nos encontramos ahora, donde cada vez son más las personas que viven en la calle, el aire se hace irrespirable, el tráfico rodado ha ganado en el sitio al objeto de la ciudad que es el ciudadano y las viviendas se han convertido en infraviviendas. Un buen ejercicio que propongo es que nos fijemos en todo lo que no nos gusta del urbanismo de nuestras ciudades, para poder descubrir detrás los más complejos problemas filosóficos de nuestros tiempos. Y es que en cómo habitar el mundo ha sido y será siempre una cuestión sobre todo filosófica.

 

Bibliografía

Aristóteles. Política. Barcelona: RBA, 2014.

Cerdà, Ildefonso. Teoría general de la urbanización, y aplicación de sus principios y doctrinas en la reforma y ensanche de Barcelona. Madrid: Imprenta Española, 1867.

García Linera, Álvaro, y Íñigo Errejón. Qué horizonte. Hegemonía, Estado y revolución democrática. Madrid: Lengua de Trapo, 2019.

Mumford, Lewis. El mito de la máquina. 3. Traducido por Arcadio Rigodón. Logroño: Pepitas de la calabaza ed., 2010.

Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. SAPRE, 1984

 

 

 

 

 

[1]Una ciudad utópica.

[2]Sobre todo también debe haber fuentes y manantiales de agua propias con un número suficiente y, si no, hay que encontrar remedio con la construcción de depósitos numerosos y de gran capacidad para la recogida de las aguas pluviales, de modo que nunca falte, ni cuando los habitantes se encuentren aislados del resto del territorio por culpa de la guerra. Puesto que hay que pensar en la salud de los habitantes y ésta depende de la situación y la localización en una zona saludable y, en segundo lugar, de que pueda utilizar aguas salubres, de esto hay que cuidarlo no de una manera cualquiera. Las cosas que utilizamos en abundancia por las necesidades físicas afectan mucho a nuestra salud, la influencia del agua y del aire tienen esta naturaleza. (Aristóteles, 2014, 438)

[3]De estas complejos sistemas Lewis Mumford diría megamáquinas que para él son fruto de la organización jerárquica de la sociedad, que en algún momento dado, los líderes de estas sociedades, pudieron reunir todo el poder, la capacidad humana y la disciplinación de las jerarquías, para poder llevar a cabo empresas, que hasta entonces no habían podido ser posibles, como la construcción de canales de agua, el levantamiento de las pirámides, o conquistar nuevos territorios mediante la guerra. Mumford considera a estas estructuras sociales como una máquina, puesto que para él, podemos encontrar diferentes partes diferenciadas que actúan conjuntamente por unos objetivos determinados. (Mumford, 2010)

[4]Espacio público en el que convergías la ciudad-Estado y los ciudadanos.

[5]Todos los campamentos militares adoptaban estas dos arterias y las tiendas tenían su propio ordenamiento, como si de ciudades provisionales se trataran y lo cierto es que muchas veces donde había un campamento de soldados romanos, después de las victorias se levantaba una ciudad de nueva planta para colonizar las tierras.

[6]Por ejemplo pudimos ver cómo la ordenación urbanística de la ciudad de Wuhan, permitía aislar barrios enteros del resto la ciudad, evitando de forma eficiente la propagación de la COVID-19 sin que esto fuera un problema para el funcionamiento del resto de la ciudad ciudad.

[7]Podemos pensar en la revolución, industrial, la Revolución Rusa, la revolución cubana, la revolución americana, la Revolución Francesa, y un largo etcétera más ejemplos que podríamos encontrar donde siempre ha habido un cambio urbanístico pronunciado.

[8]En el texto de Ildefoncs Cerdà encontramos una constante preocupación constante por el movimiento, pero también por el reposo.

[9]La cantidad de km2 que se podrían liberar si los coches no aparcaran las calles se hace difícil imaginar.

[10](García Linera & Errejón 2019, 125)

[11] El espíritu capitalista es un concepto de Max Weber para denominar un nuevo estilo de vida sujeto a ciertas normas, sometido a una determinada ética. Weber, Max. «La ética protestante y el espíritu del capitalismo». (P. 66) Edición SARPE, 1984.

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