Por Xavi Granell, Jaume Montés y Roc Solà
A los mejores hay que exigirles.
Marcelo Bielsa
[En català]
Íñigo Errejón y Álvaro García Linera han colaborado en un libro de conversación que ha editado Lengua de Trapo. La obra discute temas muy diferentes, pero, básicamente, se hace dos grandes preguntas: (1) por qué las personas obedecen al poder; y (2) qué hacer con el Estado. El interés por estas dos cuestiones, lejos de provenir de una curiosidad meramente intelectual, tienen que ver claramente con elementos y dificultades encontradas durante el último ciclo político, en el que los autores han jugado papeles destacados. En el caso concreto de Errejón, con la fundación de Podemos en 2014 y en el de Linera, ocupando la vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia entre 2006 y 2019. Las reflexiones contenidas en este libro, pues, tienen que ver con las dificultades del cambio político o, por ponerlo en lenguaje gramsciano, con las dificultades surgidas en la guerra de posiciones. Sin embargo, vista la coyuntura actual española y la derrota (parcial) de las hipótesis del ciclo anterior, el libro parece recapacitar, en el fondo, sobre una única cuestión: ¿cómo puede ser que, después de que todo el mundo se haya dado cuenta de que tanto los partidos del bipartidismo como la corona son corruptos hasta la medula —y tantas otras mentiras—, no haya caído el Régimen y se haya producido una revolución social?
Al mismo tiempo, la publicación coincide, más o menos, con el disparo de salida de un gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos, de modo que tampoco sería demasiado extraño pensar que el libro sirva para abordar las tareas fundamentales que el nuevo ejecutivo tiene por delante. En otras palabras, poner en práctica, ni que sea desde la reflexión pausada, aquella “competencia virtuosa” de la que tanto se ha hablado. Es en este sentido que pueden entenderse las discusiones en torno al auge de la extrema derecha, las dificultades de la batalla cultural o la reorganización del Régimen; capsulas de pensamiento que pretenden ser herramientas útiles para afrontar un nuevo ciclo que comienza. Por tanto, el enfoque metodológico que toma el libro busca situarse en un punto medio entre la praxis concreta y la teoría política. Las citas de Poulantzas o Gramsci, mezcladas con reflexiones sobre la PAH o el teleférico de La Paz, explicitan esta toma de posición, que los autores denominan “anfibia”.
Así pues, la reseña (crítica) que a continuación presentamos quiere pone de manifiesto los aciertos de buena parte de las ideas contenidas en el libro, pero también algunos errores, la repetición excesiva de reflexiones del ciclo anterior y, especialmente, la ausencia de debates fundamentales en el caso de que queramos pensar la cuestión española. Lo hacemos con el objetivo de dialogar, desde el respeto intelectual, con quien introdujo, en nuestro país, la posibilidad de pensar la emancipación y la militancia política desde unas coordenadas diferentes a las que estábamos acostumbrados.
De Gramsci a Poulantzas. Y vuelta
En el diálogo, Errejón menciona tres ideas que, a nuestro parecer, constituyen cierta novedad en relación al libro anterior que hizo con Chantal Mouffe: Construir pueblo (Icaria, 2015)[1]. Probablemente, estas reflexiones sean la consecuencia directa de la práctica política y las lecturas de estos últimos años, a saber: (a) una inversión en la pregunta por la hegemonía, es decir, no tiene tanta importancia su forma lógica (el particular que deviene universal), sino su contenido concreto (por qué unos particulares devienen universales y otros no y en qué sentido lo hacen); (b) la importancia de los cuadros medios y del denominado deep state; y (c) la irreversibilidad relativa de la revolución. Evidentemente, hay muchos otros aspectos que podrían destacarse, pero creemos que estos son algunos que nos permiten avanzar en la reflexión general sobre el que Linera considera que es “la pregunta que resume la historia de la humanidad, a saber: por qué los muchos aceptan ser gobernados por los pocos.
La cita es pertinente:
«[…] tú ponías énfasis en una cosa que está mucho menos estudiada y me parece, sin embargo, más importante. No cuáles son los medios o instituciones que irradian o normalizan una visión del mundo, sino el contenido de esa visión; nos preguntamos cómo una visión del mundo propia de sectores privilegiados llega a ser asumida, interiorizada y defendida como propia por sectores subalternos. Y muchas veces nos decimos que los medios reproducen las ideas de los dominantes, que los planes educativos a menudo hacen lo mismo, que el ocio es todo producido por Estados Unidos y reproduce individualismo, neoliberalismo. Pero ¿qué hay en el contenido? Estudiamos mucho menos el contenido de esa propuesta, de ese horizonte. ¿Qué hay, por poner un ejemplo, de tremendamente atractivo en el neoliberalismo? No solo cuáles son los canales por los que se irradia, sino qué lo hace asumible como propuesta posible de liberación, de ascenso y de expansión de las oportunidades también para los de abajo».
Hasta ahora, habíamos analizado a través de qué instituciones (qué canales) se producía lo que ya decían Marx y Engels en La ideología alemana: que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época. Y hemos hablado de las “trincheras” y “casamatas” que normalizan la obediencia hacia un grupo social determinado: las escuelas, la religión, la música, etc. Pero ¿por qué hay unas prácticas sociales que se encarnan más que otras en las subjetividades de las personas? El debate no está resuelto, un mucho menos, aun cuando Errejón ha apuntado, tanto en esta como en otras obras (por ejemplo, el prólogo de Contra el elitismo. Gramsci: manual de uso) que la forma concreta de la hegemonía es la “revolución pasiva”, esto es, que el único modo mediante el cual un grupo puede mantenerse dominante es integrando constantemente las demandas y aspiraciones de los grupos dominados. Es posible que un camino a recorrer sea el que han iniciado autores como Frédéric Lordon y su interpretación “marxista” de Spinoza, es decir, que el neoliberalismo consigue una “obediencia feliz” de los sujetos en tanto que los hace disfrutar, no en cualquier dirección, sino en aquella que apunta el deseo-amo: el sujetado se alegra cuando ve que se le proponen deseos que toma como suyos y que, de hecho, devienen suyos.
Una segunda idea que cabe destacar es la importancia que Errejón da a los cuadros medios en la reflexión sobre la lucha en el interior del Estado. No es nueva; ya le había dado algunas puntadas aquí y aquí, por poner dos ejemplos, pero en el libro toma mayor sistematización. Se asume que los cuadros medios del Estado son un freno a buena parte de los cambios que pueden intentar llevar a cabo los movimientos revolucionarios, ya que “eso nunca se ha hecho así”, “no se puede hacer de otra forma”, etc. En consecuencia, una de las tareas principales que debería realizar un partido con voluntad de gobierno sería la de formar todo un conjunto de cuadros técnicos que, una vez se acceda al ejecutivo, puedan hacerse cargo de la administración pública. De hecho, el único momento de toda la conversación en el que se cita Cataluña es por poner de manifiesto que la salida independentista no tiró adelante, justamente, porque había un funcionariado que se negaba a firmar cualquier cosa relacionada con la Declaración Unilateral de Independencia.
Es verdad que el diputado español reconoce que este freno provocado por el deep state puede tener una lectura progresista, como, por ejemplo, en el caso de la sanidad madrileña: en frente de la pretensión de la derecha de destrozar el sistema sanitario público de la Comunidad de Madrid a lo largo de los últimos diez años, ha habido una resistencia por parte de usuarios y profesionales que han dificultado el proceso de privatización. Ahora bien, se debería hilar más fino y analizar cada institución de forma diferenciada, ya que no son lo mismo los hospitales, las escuelas o las trabajadoras sociales que el ejército, la policía o el sistema penal. Las dinámicas al interior de cada una, la autonomía que toman y las resistencias que ejercen a los cambios son, si más no, muy diversas.
Finalmente, el último aspecto “nuevo”[2] que vale la pena comentar es aquel que hace referencia a la irreversibilidad relativa del Estado, es decir, “que los cambios que los gobiernos progresistas puedan llevar a cabo puedan también sobrevivirles a ellos, que estos cambios sedimenten en su sociedad”. Los ejemplos en el caso español son clásicos: la mayoría absolutísima de Rajoy no puedo tirar para atrás conquistas sociales como el aborto o el matrimonio homosexual, a pesar de que cuando se aprobaron fueron fuertemente contestados por los sectores más reaccionarios y, además, el PP llevaba en el programa electoral su derogación cuando accedieron al gobierno. Así pues, la irreversibilidad relativa (evidentemente, nada es irreversible de manera absoluta) se tiene que entender en unos términos casi antropológicos, esto es, en una forma concreta de relacionarnos en todos los ámbitos sociales, desde el trabajo y la política, hasta la casa y el urbanismo: una que hace normal un tipo de comportamiento individualista, selvático, que no piensa en el otro —i aquí Errejón va incluso más allá de lo que plantea Linera—.
El Estado como campo de lucha estratégico
El Estado es uno de los tres términos que ocupa el subtítulo del libro y al que le dedican el apartado III. Aunque se deja la discusión en torno al Estado para el último capítulo, cada uno de los debates planteados tienen una íntima relación con este, por tanto, los elementos que trataremos a continuación pueden no hacer referencia explícita en el libro al Estado, pero, en conjunto, los entendemos como diversas aportaciones que se conjugan y toman forma si las pensamos en torno en el Estado. La virtud del libro con respecto a la teoría del Estado consiste en traducir o, al menos, aligerar las lecturas de diferentes autores que han pensado este dispositivo de poder. Varios son los autores que resuenan (Weber, Gramsci, Poulantzas, Bourdieu), algunos de ellos ni siquiera citados, pero las ideas de los cuales están muy presentes en el libro.
Dentro de las diversas reflexiones alrededor del Estado, nos interesa señalar y profundizar tres: la noción relacional del Estado, el monopolio del poder simbólico y los cuadros medios de la administración.
Dos son los enfoques principales que se descartan en el libro para aproximarse al Estado y que tienden a ser comunes: uno sería el Estado como poder de clase, que vendría a definir el Estado como una máquina burocrático-militar al servicio de una clase determinada; y dos, el enfoque institucionalista, donde el Estado sería una máquina burocrático-administrativa desarrollada en una determinada fase de la división del trabajo. Dejando de lado estas visiones, los autores se ubican en una comprensión relacional del Estado (Poulantzas). Esto refiere a una mirada de la dominación que implica que ésta debe incluir los dominados de manera activa, que los sujetos subalternos no son meramente espectadores o portadores de estructuras de los dominantes, sino que están implicados (de manera subordinada) en las relaciones de poder, como muestra destacadamente Bong Joon-ho, el director de Parásitos (2019), en su película Snowpiercer (2013).
Razmig Keucheyan sintetizó acertadamente este planteamiento cuando dice:
«En el fondo, la cuestión importante es ésta: «¿Por qué la burguesía ha recurrido generalmente, con el propósito de su dominación, a ese Estado nacional-popular, a ese Estado representativo moderno con sus instituciones propias, y no a otro?» (EPS, p.43). La respuesta es que no es la burguesía quien ha escogido esa forma de Estado, y que, si hubiera podido hacerlo, hubiera elegido otra. Aun siendo capitalista de un extremo al otro, el Estado nacional-popular le fue impuesto a la burguesía por las clases subalternas: proletariado, campesinado, clases medias, mujeres, colonizados…»[3].
Para aproximarnos al segundo elemento a tratar, citaremos de manera textual la referencia más ejemplificada utilizada por García Linera para comprender qué significa el monopolio del poder simbólico:
«Vimos el ejemplo de sociedades con carencias en las que el Estado transfiere bienes, y otras en las que el Estado, con no tantas carencias, no te transfiere bienes, no te hace llegar nada a tu casa en nombre del Estado, pero lo que hace es certificarte, valorarte, resguardarte o devaluarte tu título académico, tus ahorros bancarios, tus apuestas a futuro de inversiones, tus créditos ante la banca, tu manera de acceder al mercado de trabajo, el valor de tu ingreso salarial en el mercado de bienes, el título de la propiedad de tus bienes inmuebles».
Lo que se ejemplifica aquí es la «dimensión de la economía de los beneficios o de recompensas», atribución que, para alcanzar el dominio, monopoliza el Estado. Tiende a citarse la frase a Weber de que el Estado es esa institución que reclama con éxito el monopolio de la violencia física en un territorio determinado, pero falta agregar un elemento a la ecuación, el elemento simbólico o valorizador. El juego político se caracteriza por la capacidad de «hacer ver y hacer creer»[4] a los demás de otra manera, cuestión que no es únicamente retórica, sino que incluye un conjunto de elementos, como son derechos, ascenso social, expectativas de vida, etc., que son los que garantizan la obediencia o adhesión a un horizonte común.
En el caso español, como analiza Errejón, la vivienda (de proletarios a propietarios) y el ascenso social vinculado al capital cultural (entrada de las clases populares en la universidad, títulos académicos, etc.) fueron dos pilares fundamentales que garantizaban la estabilidad del régimen y que, con la crisis de 2008, se hundieron.
El Estado, por tanto, como detentor del monopolio del poder simbólico, tiene la capacidad de discernir cuáles son los elementos que marcan el horizonte de una época, de proponer un rumbo conjunto a una comunidad política. Esta perspectiva rompería con el dualismo material/cultural en tanto que las instituciones producen afecciones con capacidad de regular y ordenar las identidades políticas.
Este ordenamiento de las identidades a través del Estado tiene implicaciones directas y limita cierta «mirada voluntarista». A pesar de entender que las relaciones de dominación son contingentes (pueden ser de otra forma, no tienen nada de naturales), la comprensión del Estado como sedimentación y monopolio de esas relaciones descarta la mirada siempre excepcional por la que siempre se está a punto de hacer la revolución. García Linera lo explica así:
«[…] esta mirada del carácter siempre contingente de las relaciones de dominación, si la unilateralizas, caes en la otra vereda de que a cada instante estás al borde de la revolución. Mañana, pasado mañana, así está. Un sobredimensionamiento del voluntarismo. […] Y en la mirada voluntarista todo momento puede ser momento excepcional y, entonces, ‘arriésgale, métele, porque todo momento es capaz de encenderse la chispa que va a prender toda la pradera’. Cuando en verdad la pradera se enciende cuando no hay lluvias, cuando es tiempo de sequía, cuando la hierba está seca, cuando no ha llovido».
La tercera cuestión en la que nos gustaría profundizar es aquella que refiere a los cuadros medios de la administración del Estado. La administración pública es aquel aparato burocrático que permite el funcionamiento normal y correcto de un Estado todos los días del año, se configura así como un cuerpo reproductor del orden y, en consecuencia, conservador de lo existente. Una vez superado el momento de irrupción popular, el momento ofensivo de asalto al Estado, un gobierno progresista se encuentra en una administración que le es ajena, que trabaja para mantener un orden de las cosas y no para transformarlas.
Otro elemento, que el libro no aborda, pero nos gustaría añadir, vinculado a este, y del que se está hablando mucho, es lo que se ha llamado deep state. Utilizaremos el mismo caso que se utiliza en el libro para hacer referencia al conservadurismo administrativo: el caso catalán. La sentencia contra l’Estatut de 2010 y el conjunto de medidas excepcionales administrativas y penales para hacer frente a los retos territoriales españoles demuestran la existencia de aparatos no democráticos en el Estado.[5] Estos aparatos no sólo actúan retrasando una ofensiva de cambio político que ha conquistado el gobierno central, sino que, ante la impugnación de uno de los pilares del régimen, como es la «cuestión territorial», sustituyen la labor política de dar respuesta a las demandas planteadas por un muro de contención y mantenimiento del orden y el reparto, o mejor dicho concentración, de poder.
Conclusión: lo plurinacional-popular en España
Aun así, en el libro hemos echado de menos una cuestión fundamental a la hora de pensar las dificultades, digamos, inesperadas que surgen cuando se inicia un proceso de cambio social importante. Cuando uno piensa en este reciente ciclo político, se puede dar cuenta que en España los dos procesos impugnadores del Régimen que han jugado un papel más destacable han sido (1) la ola que nace el 15M y que Podemos transforma en potencia electoral y (2) lo que se ha conocido como el Procés. Así, y procurando no hacer aquello que en algunas reseñas acaba siendo pedir al autor que trate temas que no ha tratado, la cuestión de la plurinacionalidad ha jugado un fuerte papel en los argumentos impugnadores y, en su defecto, el centralismo ha tenido un papel —valga la redundancia— central en los procesos reorganizadores del Régimen tras la crisis orgánica de 2011 a 2018. Y, de alguna manera, el libro deja mucho que desear en este apartado. Pero bueno, vemos algunos ejemplos.
En 1977, el colaborador de la New Left Review, Tom Nairn, escribía un libro en un período de grandes dificultades para formar gobiernos en Gran Bretaña, debido al casi empate entre Conservadores y el Labour, a la fuerte contestación social con huelgas del sector público y a la demanda del establecimiento de un parlamento en Escocia (que no se conseguiría hasta 1997). Curiosamente, este libro que escribiría el teórico político escocés, titulado Los nuevos nacionalismos en Europa, comenzaba también anunciando dos preguntas. La primera muy similar a la que se hace el libro de Errejón y Linera, «¿Por qué ha durado tanto el tradicional sistema de Estado británico a pesar de su continua decadencia y adversidad?». Pero la segunda iba más allá, quizás nos sonará: «¿Por qué la descomposición ha comenzado a generarse bajo la forma de desintegración territorial en lugar de a través de la largamente esperada revolución social y por qué la amenaza de secesión ha eclipsado, aparentemente, la amenaza de la lucha de clases en la década de 1970? «[6]. Hemos echado de menos esta pregunta en el libro de Errejón y Linera.
Nos hubiera gustado, y seguro que alguien que ha sido el vicepresidente de una república plurinacional se hubiera prestado, que en la conversación hubiera aparecido la cuestión de la plurinacionalidad, un tema tan central en la disputa política peninsular de los últimos años. Como decía la ex secretaria de Plurinacionalidad y Políticas Públicas por el Cambio de Podemos, Gemma Ubasart, «la aportación importante que hace Podemos es poner el concepto de plurinacionalidad en el centro»[7]. Así, por poner un ejemplo de la importancia de la cuestión de la plurinacionalidad para los proyectos progresistas en España, se puede afirmar que cuanto más centralista —entre otros problemas— ha sido Podemos, más pequeño se ha hecho el partido, pasando de los 71 diputados de 2015 a los 35 de 2019.
Y aquí es muy interesante un autor al que García Linera leyó mucho, el boliviano René Zavaleta Mercado, que, entre otros, escribió varios textos reflexionando sobre muchas de las cuestiones que se tratan en Qué horizonte. En su obra hay multitud de textos algunos de batalla política, otros más extensas e incluso su inacabado Lo nacional-popular en Bolivia. La articulación de su obra entera es, en el fondo, una pregunta sobre el Estado y las dificultades de producción de estatalidad en Bolivia por parte de lo que él llama la casta enferma, que había parasitado las instituciones a lo largo de la historia del país. Esto lo leyó Linera a Zavaleta cuando afirma que
«La ausencia de una relación orgánica óptima entre sociedad civil y Estado, es decir, cuando el Estado es y se presenta abiertamente como organización política exclusiva de una parte de la sociedad en apronte, contención y exclusión de otras partes mayoritarias de la sociedad civil, da lugar a lo que, siguiendo a Zavaleta, se puede denominar un Estado aparente».[8]
Este Estado aparente tendría que ver, siguiendo a Linera, con que «las diferentes formas estatales que se produjeron hasta 1952 no modificaron sustancialmente […] la exclusión política cultural [que]se mantuvo en la normativa del Estado»[9]. Así, en contra del modelo de Estado cerrado a todo lo que venía de lo popular, Zavaleta y Linera plantean lo popular como columna vertebral de la articulación de la vida social, cultural y política de la historia del país. No por casualidad, el mismo Zavaleta, en su último libro que mencionábamos, Lo nacional-popular en Bolivia, deja muy claro que lo que quiere estudiar es «la conexión entre lo que Weber llamó la democratización social y la forma estatal».[10]
Es por ello que resulta curioso que Villacañas en el prólogo diga que «un personaje como Torra traiga en jaque al Estado». Y es que esta incomprensión tiene que ver precisamente con esta relación entre el popular y la forma estatal porque en algunos casos, en algunos países, lo popular es, a la vez, lo plurinacional.
[1] Una cuarta, que no desarrollaremos porque no ocupa demasiada centralidad, es la crítica que se hace a la literatura contraria al populismo, tanto desde la corriente reaccionaria como desde aquellos autores enmarcados en el corriente poshegemónico. Según el diputado madrileño, “la literatura reaccionaria contra “el populismo” le ha acusado frecuentemente de ser antiinstitucional, sin prestar atención a que las condiciones para la emergencia de nuevas voluntades populares las crea el masivo proceso de desinstitucionalización que opera el neoliberalismo como forma de gobierno”.
[2] Íñigo Errejón, “Estados en transición: nuevas correlaciones de fuerzas y la construcción de irreversibilidad”, Marxismo Crítico, 2019. Disponible en https://marxismocritico.com/2014/04/25/estados-en-transicion/.
[3] Razmig Keucheyan, “Lenin, Foucault, Poulantzas”, prólogo de L’Etat, le pouvoir, le socialisme. París, Les Praires ordinaires, 2012. Traducción disponible a https://www.agoncuestionespoliticas.com/lenin-foucault-poulantzas
[4] Pierre Bordieu, Sobre el campo político. Presses Universitaires de Lyon, 2000.
[5] Iván Montemayor, Roc Solà y Jaume Montés, “Weimar is not coming, ja era aquí”. Debats pel Demà, 2020. Disponible en http://debatspeldema.org/weimar-is-not-coming/
[6] Tom Nairn, Los nuevos nacionalismos en Europa, Península, Barcelona, 1979, p.16.
[7] Jaume Montés i Juan Carlos Solórzano, “Entrevista a Gemma Ubasart: ‘El debat no està en el model federal o confederal, sinó en si reconeixes la plurinacionalitat o no’, Debats pel Demà, 2019. Disponible a http://debatspeldema.org/entrevista-a-gemma-ubasart/
[8] Álvaro García Linera, El Estado Campo de lucha, Muela del Diablo, La Paz, 2010, p. 11..
[9] Álvaro García Linera i Raúl Prada, La transformación pluralista del Estado, Muela del diablo, La Paz, 2007, p. 23.
[10] René Zavaleta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivia, Siglo XXI, Argentina, 1986, p. 9.