Venimos de una década donde las crisis económicas han traído el drama lacerante de la vivienda, de la especulación con la vivienda, a tomar un protagonismo social totalmente lógico. En el primer trimestre de 2012 se producían 517 desahucios diarios y en 2019 se produjeron un total de 60.000. Decía Karl Marx citando en MacCulloch que «toda transacción donde un individuo compra para vender, es de hecho, especulación» y eso es precisamente contra lo que se lucha hoy en la Casa Orsola. El neoliberalismo convierte la vivienda en una mercancía y esto implica, por un lado, que la fin de dar un techo a las personas sea transmutada en medio de acumulación de capital para unos pocos. Por otro lado, el aumento del precio de esta vivienda ahora convertida en activo financiero, también juega un papel determinante en el enriquecimiento de quienes tienen los medios de reproducción de la vida (vivienda), convirtiendo a todo el mundo en propietario y vinculando la riqueza de quien es propietario en la lógica ascendente de los precios. Es decir, como dice Jaime Palomera, «ganarme la vida y dar un futuro a mis hijos ya mi familia ya no depende exclusivamente de trabajar, ingresar más dinero y ahorrar sino que la vivienda y su valor será también una pieza fundamental para proyectarme a futuro»[1].
Pero este proceso no sería un proceso que se produciría de forma natural, por supuesto. En 1972, Heath —el predecesor conservador en la victoria de Thatcher de 1979— impulsaría su Ley de Vivienda. Con ella empezaba la lucha del neoliberalismo contra el modelo de bienestar de posguerra británico. En Inglaterra, el 40% de la vivienda era pública y los ayuntamiento tenían la potestad de controlar y regular los precios de alquiler[2], era uno de los países con mayor grado de desmercantilización de la vivienda. Esta ley del 72 establecía que los precios de alquiler debían establecerse según los mercados y no en relación al coste de la vida. A su vez, los precios de alquiler subían en 25% en tres años y se induciría una política de crédito desregularizada de endeudamiento masivo para promover su compra[3]. Además, con el nacimiento del neoliberalismo, cambiaría completamente la concepción de la vivienda pública vinculándola sólo a los sectores más depauperados de la población ya la asistencia social excepcional. Lejos de crear una democracia de propietarios las consecuencias serían: en Gran Bretaña, en 1991 habría 75.500 embargos de casas por impago hipotecario, una sociedad altamente polarizada y cuotas de desigualdad brutales.
Este modelo económico no ha generado abundancia. A día de hoy, la escasez de la disponibilidad de vivienda no se debe a la escasez de vivienda. En la misma ciudad de Barcelona, hay al menos unos 10.000 pisos completamente vacíos[4], 12 pisos por cada 1000 habitantes se alquilan por airbnb[5], mientras los precios de alquiler no hacen otra cosa que subir y nos vemos obligados sino a compartir piso, directamente a irnos cada vez más a la periferia. Es un proceso común en el capitalismo, la concentración de la riqueza en las pocas manos[6] sustrae un bien imprescindible del propio uso mismo para la vida y convierte medios de vida en medios de acumulación. Para dar otro dato, la concentración en manos de fondos de inversión se sitúa en un 42% de los pisos vacíos en Barcelona. Los pisos al convertirse en activos financieros pasan de desarrollar una función social de tener un techo donde vivir a servir a la acumulación de riqueza para acumular riqueza. El propio Aristóteles en la Política, diferenciaba entre economía y crematística. Marx cita algunos fragmentos en el capítulo donde habla de la conversión de las mercancías en capital:
«La verdadera riqueza consta de valores de uso; pues la medida de este tipo de propiedad suficiente para la buena vida no es ilimitada, pero existe una segunda clase de arte de lucro que se suele llamar, y con razón, crematística, según el cual la riqueza y la propiedad parecen no tener límite».
Y añade
«De igual modo, tampoco hay límite alguno al fin en la crematística, ya que su fin es el enriquecimiento absoluto. La economía, y no la crematística, tiene un límite… la primera, persigue algo diferente del propio dinero, la segunda su incremento… La confusión de ambas formas, que se entrelazan mutuamente, ha traído algunos a considerar como fin último de la economía la conservación y aumento de dinero hasta el infinito».
Así, la crematística de los buitres, y la lucha contra la conversión de la vivienda, un derecho universal, en productos financieros es hoy una posibilidad de la construcción de una sociedad en la que esto no sólo sea inmoral sino también imposible. El ejemplo del modelo inglés de posguerra mostraba la capacidad de la legislación en el control de los alquileres —tanto por poderes municipales, regionales como estatal— y también la potencia pública de ofrecer un amplio parque de vivienda para el usufructo del pueblo . Como explica el propio Piketty en El capital en el siglo XXI, el patrimonio juega un papel cada vez más importante en la acumulación de riqueza en el mundo. Un patrimonio que, él lo dice claramente, está cada vez más concentrado en capital inmobiliario y financiero. No es extraño, por poner un ejemplo que pone el autor francés, en «1950 el poder público poseía en Francia entre 25 y 30% del patrimonio nacional»[7] mientras que «a partir de 2010 la riqueza privada constituye su práctica totalidad de la riqueza nacional, con un 99% en Reino Unido y un 95% en Francia»[8].
Sin embargo, el modelo de bienestar de posguerra fue construido en otro momento histórico de la humanidad. Un momento en el que el crecimiento jugó un papel clave. A día de hoy, con la crisis climática y la escasez energética y de materiales, la redistribución de la riqueza deberá ser también redistribución de la propiedad. Ya no se puede seguir ligando crecimiento económico a aumento del bienestar, ya no puede ser la construcción la forma central en los países desarrollados. El objetivo es la desmercantilización de la vivienda, arrancar un derecho humano, como es tener un techo, de las garras de la crematística y la alternativa viable pasa por todas aquellas opciones que busquen este propósito. Desde la extensión de sistemas públicos (ya sea con la compra desde instituciones públicas o la expropiación por uso antisocial de la propiedad), al cooperativismo oa la regulación del alquiler[9], es necesario empezar a transitar esta dirección si se quiere poner hijo en la aguja de la resolución del problema de la vivienda, o sea, el problema de la especulación.
Explicaba Engels en su texto de 1872, Contribución al problema de la vivienda que «el mayor honor para la Comuna [de París] había sido que el que había guiado todas sus medidas, tales como la supresión del trabajo nocturno de los panaderos , la prohibición de las multas en el puesto de trabajo o la incautación de las fábricas y talleres cerrados, «no habían sido unos principios cualquiera, sino la simple necesidad práctica»[10]. Quizás puede ser todavía hoy una brújula útil hoy para ofrecer un modelo alternativo al cúmulo de ruinas de la hegemonía neoliberal.
Notas
[1] «Entrevista a Jaime Palomera: A medida que las formas de acumulación han ido cambiando, la vivienda ha ido ocupando un lugar más central para el sistema», Debats pel Demà, 21 de octubre de 2019. Recuperado de https: //debatspeldema.org/entrevista-a-jaime-palomera/.
[2] Selina Todd, El pueblo. Auge y declive de la clase obrera (1910-2010), Madrid, Akal, 2018, p. 389.
[3] Íbid. p. 409.
[4] https://beteve.cat/economia/10000-habitatges-buits-barcelona/
[5] https://elpais.com/ccaa/2020/01/15/catalunya/1579116179_959186.html
[7] Thomas Pikkety, El capital en el siglo XXI, Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2014, p. 70.
[8] Íbid.
[9] En marzo de este 2022, el Tribunal Constitucional tumbaba la ley catalana de alquileres (11/2020), lo que ha vuelto a tener consecuencias en los precios con aumentos por encima de la inflación (https://www.ara. cat/economia/inmobiliari/preu-alquiler-barcelona-puja-mes-inflacio-supera-nivells-prepandemia_1_4491416.html), y ahora nos encontramos a la espera de la aprobación de la ley a nivel estatal.
[10] Friedrich Engels, Contribución al problema de la vivienda, 1872, p. 83.