David Harvey ‘s Anti-capitalist chronicles. Un relato reformista de escenarios emancipatorios

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Por Juanan Geraldes

 

Llegó el último libro del geógrafo marxista de mayor renombre, The Anti-Capitalist Chronicles, publicado por Pluto Books y todavía sin traducción al castellano. Un libro esperado, del hombre que como se explica en la nota de la edición, está en la lista de sociólogos y economistas más buscados sin ser académicamente ninguna de las dos cosas. Pero Harvey desde la publicación de “El nuevo imperialismo” en 2003 y, sobretodo, de “Breve Historia del Neoliberalismo” (2005) traspasó con creces su fama dentro del mundo de la geografía, el urbanismo y ese marxismo de inspiración lefebvriana para convertirse él mismo en la referencia mundial. En algunos puntos he tendido al resumen directo de partes del texto, esto se debe al valor que creo que puede tener para afrontar el debate militante en un momento como el actual. No pretendo que sea este comentario una alternativa a la lectura del original.

Harvey no deja de ser un autor joven, como diría Rafael Correa, la juventud no es un hecho biológico sino un estado mental, esa definición le va calcada a nuestro protagonista. En ese sentido Harvey sigue demostrando su capacidad de innovar, ya lo hizo con sus cursos online de guia para la lectura de El Capital de Marx[i] (antes de que los MOOC aparecieran y se popularizaran), y este libro nace a raíz de una serie de podcasts producidos en un espacio de socialización popular[ii] siempre necesarios.

En este libro que va desde el Sur-global, hasta el impacto de la pandemia del COVID, Harvey identifica varias agitaciones sociales alrededor del planeta, algo que según él demuestra que algo no va bien ¿Qué es lo que no va bien? en su opinión hay tres elementos clave. El primero el rápido crecimiento de la desigualdad acelerada en los últimos treinta años. El segundo es la depredación del entorno natural y las consecuencias derivadas del cambio climático. El tercer elemento son las propias leyes de crecimiento del capital: no es posible la tasa de crecimiento actual en la que la economía global se duplica cada 25 años. La idea de crecimiento sin límite es en sí misma un elemento desestabilizador y de irracionalidad. Las crecientes cantidades de excedente o de liquidez se ven amarradas a unas leyes de búsqueda de rentabilidad que no sólo impiden unos mínimos vitales de dignidad para millones, generan también inversiones cada vez más especulativas, así como una economía de rentas en lo que Guy Standing llamó la corrupción del capitalismo[iii].

También estamos más atados que nunca al ciclo reproductivo del capital, con un mercado global que tiende a ser total. Los efectos de una alteración significativa sobre los ciclos capitalistas tendrían efectos desastrosos para la población, lo que, según Harvey, impide pensar en términos clásicos de procesos revolucionarios que puedan transformar las sociedades en períodos breves de tiempo para instaurar una lógica socioeconómica alternativa. Somos nosotros quienes debemos escribir nuestra historia, pero no lo podemos hacer en una hoja en blanco. Cualquier reforma de calado ha de contar con mantener las cadenas de valor existentes, al tiempo que socializa aquellos espacios que nos lleven progresivamente a suplir las necesidades humanas. En definitiva, encontrar aquellos elementos latentes en nuestras sociedades que nos puedan permitir una “transición pacífica” hacia una alternativa más socialista. La revolución es un proceso, no un acontecimiento.

 

El descontento en el declive neoliberal

Pero volvamos al inicio ¿qué es lo que va mal en nuestras sociedades? Harvey cree que el modelo capitalista de tipo neoliberal es el causante en buena medida de ese malestar. Según él, el cambio se produjo en los 70, en un momento en el que las corporaciones estaban ligadas a multitud de regulaciones. Ya fueran éstas respecto al trabajo o respecto al medio ambiente, en las que influyeron las organizaciones sindicales y políticas de las “clases trabajadoras”, que tenían un gran poder ejercido a través de los Estados y que emanaba en forma de legislación. Esto llevó a la reflexión, tal como dijo Lewis Power, citado por el el propio Harvey, de que “las cosas habían ido demasiado lejos. La retórica anticapitalista se ha hecho demasiado fuerte. Debemos contraatacar y movilizarnos”.

Eso hicieron. Primero se pusieron de acuerdo mediante encuentros y espacios de coordinación. Posteriormente se encargaron de los medios de comunicación con un efectivo proceso de centralización de la propiedad de los mismos. Acto seguido fueron a las universidades, algo más complejo, pero que consiguieron por un lado dando un giro a la oleada revolucionaria del 68[iv]. Ofreciendo libertades individuales a cambio de dejar de lado las cuestiones de justicia social. Pero sobre todo lo consiguieron con la inyección masiva de recursos a través de fundaciones controladas por esos intereses dando prestigio a las ideas y teorías del monetarismo marginales hasta aquella época. Por último, buscaron una base social a través de grupos religiosos de derechas que han servido a esos intereses desde entonces, acompañado por reformas para facilitar recursos durante las campañas. Esto en el caso de los países ricos con instituciones consolidadas, otros ejemplos sería Chile, Indonesia, Suráfrica o Polonia, que quedaron magníficamente reflejados en la Doctrina de Shock de Klein[v].

Un proceso de acumulación de las minorías y desposesión de las mayorías legitimado bajo la lógica (TINA) There is no Alternative, algo que Harvey llamó en Breve Historia del Neoliberalismo[vi], el cierre cognitivo o la imposibilidad de pensar otras maneras de organizar la producción, realización y distribución del valor. También trabajado por Susan George en El Pensamiento Secuestrado. Situaciones que llevaron a que las víctimas de la anterior crisis de manera mayoritaria asumieron que los culpables de su situación eran ellos mismos y sus malas decisiones, mientras algunos economistas empezaron a reconocer que “no entendían el riesgo sistémico”.

Harvey, con la serenidad de quien no ha de demostrar nada y que busca con honestidad la aplicación concreta de las lecturas y aprendizajes de toda una vida, se adentra en las contradicciones del neoliberalismo de la mano del Capital de Marx. Y lo cierto es que construye un relato creíble y útil para analizar lo ocurrido en los últimos treinta años. Pasa por los procesos de valorización donde la presión es a la baja de los salarios para llegar al volumen segundo y encontrarse con la contradicción de que los salarios necesitan estabilidad para que ¡Haya mercado! ¿Cómo podemos solucionarlo? Ahí al neoliberalismo le tocó la lotería y la caída del bloque del este y la entrada de China al mercado mundial permitieron la ampliación geográfica del mercado, al tiempo que a la interna se traspasó al futuro la solución del problema mediante el mecanismo de la deuda.

Quiere decir que en el resto de las áreas, las corporaciones han sido autosuficientes para generar unos mercados dinámicos? Parece que no. En uno de los ejemplos que utiliza Harvey, explica cómo Amazon, delante de la necesidad de crear una nueva sede logística, se dedicó a llamar a la puerta de diferentes gobiernos locales y ciudades para preguntar qué les podían ofrecer ellos. Aquello que aparece varias veces repetido en la obra de Harvey de la competición territorial para crear el mejor “ambiente empresarial” posible. Algo que nos recuerda a la obra de P. Baran y P. Sweezy “El Capital Monopolista” en la que se caracteriza a las grandes empresas como reacias al riesgo y explican como acostumbran a presionar a pequeñas empresas o al sector público para realizar este tipo de tareas. Nos vienen a la cabeza rápidamente multitud de ejemplos locales. Parece que el Estado sí tiene un papel en todo esto.

Estado fuerte, no sólo para subsidiar empresas, también para salvarlas. Como nos recuerda Harvey, la crisis hipotecaria se podría haber solucionado subsidiando a los pequeños propietarios en lugar de a los bancos. De aquella manera se hubiera salvado el sistema financiero y habría evitado el empobrecimiento de millones de personas. En cambio, se optó por subsidiar a los bancos, el sistema financiero no cayó, pero sí millones de personas. El resultado de ello, a lo que hay que sumar tres décadas de desindustrialización en EEUU y occidente, es la ruptura de comunidades, alienación, inestabilidad emocional, depresión, drogadicción, alcoholismo, incremento de las tasas de suicidios y en algunos casos caída de la esperanza de vida.

Cuando el movimiento Occupy, indignados en nuestro caso, señaló al 1%, la respuesta de las fuerzas conservadoras fue que el problema eran los inmigrantes o los trabajadores vagos generados por un sistema del bienestar ineficiente. Flujos de dinero corrieron hacia campañas electorales para grupos que cuestionen lo que fuera: mercado global, el exceso de regulación o lo mencionado anteriormente. Lo que fuera menos la lógica de acumulación del capital… El resultado, la presidencia de Donald Trump, quien enseguida se puso a machacar a la Agencia de Protección Medioambiental, un dato interesante para aquellos que creen que este tema quita protagonismo a la auténtica “cuestión central”, y que según Harvey era una lucha del sector corporativo desde los 70.

El sector corporativo, el poder del poder financiarizado, un poder, como el de Goldman Sachs, capaz de posicionar a empleados suyos al frente de la Reserva Federal de manera reiterada desde los años 90. Pero este sector financiero, más allá de marcarnos las normas de funcionamiento de la economía global ¿es productivo? Como mínimo esa es la hipótesis de los británicos tras el Brexit. Para Harvey, otra vez de la mano de Marx, considera el sistema financiero como algo útil para acompasar los tiempos de producción y realización del valor. Lo que no es contradictorio con que vea a instituciones como Goldman Sachs como auténticos parásitos a erradicar que nos llevan a unas lógicas de búsqueda de rentabilidad inasumibles debido a los propios límites del planeta, y por ende, a la quiebra ecológica. A lo que Harvey contrapone un sistema financiero que apueste por proyectos a largo plazo de interés para el conjunto de la sociedad y con una clara regulación. La actual expansión y extensión del sistema crediticio puede acabar mal si no se le embrida.

A partir de aquí, el libro de Harvey se torna más interesante para sus lectores habituales. Harvey avanza un poco más. Para ello se lanza a identificar por qué un misógino free-rider y racista como Bolsonaro consiguió la victoria con un apoyo masivo de aquellos que manejan los mercados. Su respuesta se llama Paulo Guedes, el ministro de finanzas educado en la Universidad de Chicago y que fue de la mano del nuevo presidente a saludar las reformas económicas de Chile en los 70. Cuarenta años más tarde, un nuevo gobierno con ministros que defienden la contención del gasto público, la privatización y la desregulación, especialmente en materia ambiental. La argumentación que sigue es de vital importancia para las respuestas políticas para el nuevo ciclo político global.

Harvey identifica a nivel global una pérdida de legitimidad del neoliberalismo. Para él, el neoliberalismo no es sino una articulación política que permite una mayor acumulación de riqueza y poder a una súper élite enana en términos numéricos. Pues bien, esa pérdida de legitimidad está provocando, tras la caída de los neocons, un acercamiento a la llamada derecha populista, la extrema derecha y el neo-fascismo en su búsqueda de una base social. Harvey aquí hace una breve reflexión sobre la relación entre Franco, Hitler o Mussolini con las grandes corporaciones de su tiempo y en la articulación en torno a discursos étnico-nacionales en una maniobra táctica de las clases altas para mantener su poder. Repasa otros ejemplos en India, Alemania, Polonia, Hungría, a lo que podríamos sumar España o Francia. En todos ellos ve un acercamiento entre estos movimientos y la búsqueda de base social por parte de los superricos. Aunque las cosas no son tan simples.

Pero entonces ¿ha muerto el proyecto neoliberal y se refugia, dando fuelle, en la extrema derecha? Harvey no lo cree, a diferencia de Rendueles, y para ello recurre a la política de EEUU. La clase de los superricos no es homogénea, pero tiene en gran medida intereses comunes. Utiliza el ejemplo de los hermanos Holk, con una inmensa riqueza en el campo de la química y los materiales. Sus intereses han coincidido los últimos cinco años con las medidas del gobierno. Ellos necesitaban medidas más laxas en medio ambiente, menos tasas, menos regulación. Todo ello lo consiguieron. No les interesaban las medidas en contra de la inmigración, así que se preocuparon por financiar con 100 M$ a aquellos candidatos republicanos que no interfirieran en un mercado laboral más libre, lo mismo ocurría con Bloomberg y su interés por el medio ambiente, financiando a aquellos candidatos demócratas que destacaran en esa lucha. Según Harvey, parece como si hubiera un único partido, el Partido de Wall Street, con facciones diferenciadas. Mientras, y aprovechando las enormes ganancias de las legislaciones favorables a sus intereses, los superricos se embarcan en gigantescos programas filantrópicos con los que aseguran una buena imagen, dejando a los políticos influidos por sus fondos en la batalla pública, un poco como los esclavos que negociaban por sus amos en la antigua Roma. El giro autoritario como posible solución a la pérdida de legitimidad asoma como escenario posible.

Así que frente al autoritarismo nos vemos abocados a la batalla por la idea de libertad. Las derechas han hecho un trabajo enorme adueñándose de la libertad. En el libro se dice algo que venimos escuchando repetidas veces en ciertos discursos políticos y es que la libertad que se puede comprar es un privilegio, no una libertad real. Algo que entronca, como muy bien identifica Harvey con las ideas expuestas por Karl Polanyi en La Gran Transformación. Se aboga por superar las tremendas limitaciones de la libertad del mercado, en las que delante de derechos iguales a explotar y ser explotado, gana la fuerza, o la lucha de clases, teniendo en cuenta la desorganización de parte de las clases contendientes, tenemos un retroceso general en las libertades de la mayoría. Harvey va a su salsa y nos explica cómo eso se explica a través de la vivienda que pasó de ser un derecho básico a una mercancía, o como se podía leer hace poco en una entrevista en El Salto al portavoz del Sindicato de Inquilinos de Madrid, Javier Gil, se pasa de un derecho a un valor refugio para la búsqueda de rentas. De hecho, las grandes fortunas consiguen niveles extremos de libertad, con apartamentos de lujo en Park Avenue que visitan una o dos veces al año, mientras a la mayoría se les hace más complicado pagar el alquiler.

La libertad pasa, en palabras de Harvey, por sacar del mercado la provisión de bienes esenciales como la vivienda, la sanidad, la educación y, también, la alimentación. Según él, existe la posibilidad de suministrar todos estos bienes de manera alternativa al mercado y sólo así nos podríamos adentrar en el mundo de la libertad. Este fue el gran acierto del Partido Laborista británico, que perdió las elecciones no por su programa social, sino por su incapacidad de afrontar el debate sobre el Brexit. En esta lucha por la libertad, Harvey no se olvida del tiempo. La lucha por la libertad es la lucha por el tiempo libre y cualquier política socialista y emancipadora ha de tener la lucha por el tiempo libre, el tiempo para la realización personal fuera del mercado, como bandera.

El dinamismo de Harvey le lleva a hacer de su método netamente marxista algo que poco tiene que ver con los portadores de esa etiqueta habituales, y lo demuestra embarcandose en el análisis del “significado de China en la economía mundial”. Un capítulo trepidante en el que analiza la transformación de un país que durante la Revolución Cultural no tenía bancos pasa a ser el país de los cuatro principales bancos mundiales. También su sistema administrativo y político totalmente desconocido en occidente. Un equilibrio entre centralismo y descentralización, cooperación y competición, planificación y emprendeduría. Obviamente todo bajo el férreo control del Partido Comunista de China que, como se encarga de recordarnos Harvey, tiene como objetivo la consolidación del modelo socialista en 2050.

Todo en este capítulo es reseñable, desde la comparación ya vista en Marx, El Capital y la locura de la razón económica, en la que se ve como China consumió en dos años más cantidad de cemento que EE UU en un siglo, pasando por las 20.000 millas de vías de alta velocidad construidas en seis años. Un país que fue capaz de generar 27 millones de puestos de trabajo en plena crisis para paliar la caída en la demanda de exportaciones, consiguiendo con ello ejercer de locomotora económica mundial expandiendo su mercado interno y la demanda. Los datos económicos y su sistema político no son idealizados, son expuestos en buena medida tal y como Harvey los recopila de la prensa financiera.

Hay un punto crucial que explica y amolda perfectamente este capítulo con el conjunto del libro y es precisamente el cambio de una economía basada en la fuerza de trabajo barata, a una economía hi-tech. Proceso en el cual Beijing consiguió en tres años montar su propio Silicon Valley, cediendo espacios gratuitos a startups que acabaron conformando gigantes como Huawei. En ese período China creó la tecnología 5G y tomó una decisión crucial, incluso para la historia de la humanidad. Esa decisión es la apuesta decidida por la Inteligencia Artificial que busca, ni más ni menos, que apartar a los seres humanos del proceso productivo ¿Qué significa eso para nuestro futuro? En palabras de Harvey, la respuesta nos dirá lo cierto del compromiso del Partido Comunista de China con el socialismo.

 

Las geografías de la desigualdad

Vayamos ahora a otro de los conceptos que viene desarrollando Harvey en su concepción geográfica del capital y las tensiones geopolíticas derivadas del llamado arreglo espacial (spatial fix), un concepto que también usó en su libro Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo[vii]. El hilo conductor sigue así: se inicia con el repaso de Arrighi en su relato sobre la creación del capitalismo que se remonta a las ciudades-estado italianas. Pasado ese pasaje, Harvey se centra en los incrementos del excedente fruto de los ciclos ampliados del capital. Este excedente, una vez alcanzadas unas tasas decrecientes de beneficio, busca nuevos mercados. En el caso británico del siglo XIX, el excedente fue a parar entre otros a Argentina donde se dieron cuantiosos préstamos con el objetivo de que absorbiera su propio exceso de acero y maquinaria para la construcción de ferrocarriles. Algo parecido pasó con India, allí destrozó su industria textil con el fin de colocar sus prendas manufacturadas en Manchester, como algo debía recibir a cambio, presionó a India para que vendiera Opio a China, cuya resistencia fue aplastada en las guerras del opio y tuvo que asumir el “libre” mercado. En el caso de los EEUU, éste acabó desarrollando sus propios centros de acumulación de capital que generaron modelos de producción y tecnologías que acabaron desbancando al propio Reino Unido.

La II Guerra Mundial y el incremento de la capacidad productiva derivada de la economía de guerra, obligó a los EEUU a implementar una lógica de inversión exterior, especialmente en Europa y Japón, a lo que se sumaron otros países en su lucha contra el comunismo. De éstos acabaron surgiendo nuevos centros de acumulación que superaron a los propios EEUU, que recurrió entonces a una apertura total de fronteras y a la eliminación de trabas en la circulación de capitales bajo unas reglas de juego en las que ellos salían beneficiados. Este proceso, que Harvey conceptualiza como arreglo espacial, es un recurrente hasta nuestros días en los que China se ha convertido en emisor neto de capitales. Las tensiones que se derivan de ello es el choque de influencias, por ejemplo en el Mar de China. El desarrollo de los acontecimientos y las estrategias geopolíticas de los contendientes está conformando una lógica de influencias multipolar, con alianzas regionales fuertes, como en el caso de Rusia y China en Asia central. Se desprende de ello que toda acción política ha de ser consciente de esta realidad para concretar proyectos políticos solventes.

 

El crecimiento es obligado, pero ¿cómo se crece?

No hemos de olvidar la necesidad de crecimiento, el llamado “síndrome del crecimiento”. Aquella norma aplicada por Marx del crecimiento al 3% y que como ya hemos mencionado lleva a una situación de colapso. Pero Harvey nos invita a mirar “dentro” de este 3%, de qué está compuesto? Según él, al mirar este tipo de números, estadísticas y figuras macro nos perdemos en un análisis acrítico. Toma como ejemplo el impacto del Quantitative Easing y analiza un estudio del Banco de Inglaterra sobre el impacto sobre los diferentes grupos sociales. El resultado es que a pesar de que en términos relativos el 1% inferior sale ganando respecto al 1% superior, esto se debe a la masa total de la que partía la parte inferior. Los resultados obviamente son muy distintos, el impacto anual para el 1% inferior es un incremento en su capacidad para tomar dos o tres cafés más a la semana, el impacto para el 1% superior es que podrá comprar un estudio en Manhattan a final de año.

También en cuanto al diseño de políticas es importante analizar ese 3%, y revisar la lógica de crecimiento. Harvey apela a una lógica de crecimiento bajo, porque según él permite una mayor creación de empleo y de demanda. En otras palabras, un incremento en la producción y productividad, por ejemplo de vehículos, acaba generando más problemas que beneficios. No genera más puestos de trabajo, coloca más vehículos en circulación, consumiendo más combustibles, generando más colapso viario y teniendo efectos negativos sobre el clima. Una lógica de crecimiento bajo y orientado permite, como en el caso chino, poder absorber grandes cantidades de trabajo, es decir, generar miles o millones de puestos de trabajo.

La masa también es importante cuando se habla de tasas de extracción de recursos o de reducciones en los incrementos de emisiones. Harvey nos dice que a pesar de reducirse, la masa total es tan grande que por poco que sea el incremento, el crecimiento compuesto sigue siendo demasiado. Hay un problema, los ciclos económicos que se caracterizan como una espiral ascendente. Frente a eso, Harvey apuesta por el tiempo. Según Marx, el reino de la libertad era aquél que fuera capaz de dejar atrás la necesidad, de tal manera que se produjera para conseguir seguridad en vivienda, empleo, alimentación, sanidad, educación y tiempo libre para desarrollarse. La lucha por el tiempo libre, un tiempo libre desmercantilizado, y con menos presión consumista. Esa para Harvey es una vía de acción hacia una sociedad más sana. Las lógicas de producción basadas en el crecimiento sin límite, nos lleva a vidas más aceleradas, pero también a una erosión en nuestra capacidad de elección como consumidores. La creación de barrios de viviendas de lujo, normalmente para engrosar la cartera de viviendas de grandes tenedores, produce una presión al alza en el precio de los alquileres y compra de vivienda corriente, condicionando no sólo dónde vivimos, sino también el resto de nuestro consumo. Una vez más la locura de la razón económica nos lleva a un escenario de pauperización habiendo las condiciones para una senda emancipadora.

 

De la acumulación primitiva a la acumulación por desposesión

Dicho esto, Harvey va al origen del sistema en un capítulo titulado “La acumulación primitiva u originaria ( Primitive or Original Accumulation)” en directa alusión a El Capital. Empieza por desechar las teorías weberianas expuestas en La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo. Para quién no conozca esta obra, y reduciendo al máximo, Weber expone cómo la ética protestante de abstinencia, frugalidad, ahorro, comunidad, etc, cuyo caso más acusado sería el calvinismo, creó los capitales iniciales necesarios para los grandes desarrollos capitalistas: sistema fabril, inversiones en transporte, etc[viii].

Frente a eso, Marx contrapone un escenario de violencia y desposesión para alcanzar ese capital primitivo, principalmente a través de la privatización de bienes comunales, como en el caso de las enclosures británicas[ix]. Rosa Luxemburg, por otro lado, difiere de la visión de Marx. Marx daba a entender que una vez establecido el sistema capitalista de producción fabril con unos derechos de propiedad garantizados, el proceso de acumulación se desarrolla por la vía legal. Si bien establecía algunos elementos contradictorios como la necesidad de búsqueda de materias primas en los márgenes del sistema. Para Luxemburg, este proceso continuaba y se desarrollaba en el imperialismo como forma de desposesión y de introducción de nuevos mercados a lógica capitalista, para lo que utiliza las ya mencionadas guerras del opio. Aquí Harvey apunta a la continuidad del proceso y de la absorción y destrucción de formas alternativas de organización de la producción, sobretodo agrícola. Este hecho queda demostrado, según Harvey,  en los 1000 millones de nuevos asalariados que han pasado a engrosar la fuerza de trabajo mundial desde 1980. Lo que nos prepara para afrontar otro de sus conceptos clave: la acumulación por desposesión.

La acumulación por desposesión es una idea clave en el pensamiento de Harvey, las influencias son obviamente marxianas, luxemburguistas, pero también de Jacques Derrida como reconoce en este libro, así como en Marx, El Capital y la locura de la razón económica o en las guías de El Capital de Marx.  Y tiene sentido. Para Derrida el establecimiento de todo sistema social viene acompañado de violencia para su consolidación. Pero la acumulación por desposesión es distinta, se reproduce a lo largo del tiempo e implica distintos espacios de apropiación. Harvey habla de la gentrificación, también de la utilización del crédito, tanto para centralizar capital dinerario como para centralizar propiedades de aquéllos que no pueden pagar. Esto segundo genera una atracción de inversiones que pueden sacar gran rendimiento comprando barato y vendiendo a precios muy superiores como ocurrió en la crisis pasada. Estos procesos pasan en otras áreas, como las pensiones, ni que decir la actualidad del tema en nuestro caso. En nuestro caso, endurecimiento de la jubilación anticipada, manteniendo la reforma a los 67 años con 38 años de cotización y, en un intento que ya se verá, de colocación de planes de pensiones de empresa con la aceptación de los sindicatos mayoritarios[x].

También en los seguros médicos, en las reformas impositivas, etc. Harvey cree que esta modalidad de acumulación no sólo no es marginal, sino que es cada vez más intensa añadiendo una transformación crucial a nuestras sociedades. Cada vez más inversión de valor va hacia ella en lugar de ir a la generación de valor. Harvey nos habla de un retorno del capital mercantil y que abarca también a formas de apropiación en grandes gigantes como Google o Amazon. No sólo es la compra de pequeñas startups, es también las formas de apropiación a través de los mecanismos del mercado. Este tipo de sociedad capitalista hacia la que nos movemos no va a poder ser confrontada por las técnicas clásicas de la izquierda, ha de ser confrontada desde aparatos políticos diferentes con proyectos animados por diferentes formas políticas de protesta.

 

De la clase a la gente trabajadora y las contradicciones ecológicas entre la producción y la realización de valor

Por si no llevábamos pocos quiebros en las inercias típicas de la izquierda aquí va una nueva. La producción de valor ya no se da en los mismos sitios, ni en las mismas industrias, ni en las mismas formas, por tanto ¿tiene sentido hablar de “clase trabajadora”? para Harvey es el momento de pasar a hablar de la “gente” trabajadora. El valor ya no se produce en minas, ni en fábricas de coches, éstas siguen existiendo, pero la automatización ha producido o bien una bajada brutal en el número de trabajadores o, directamente, su cierre. Actualmente hay otros espacios muy intensivos en fuerza de trabajo, como la restauración, el turismo, etc. Los grandes empleadores no se llaman Ford, o SEAT, los grandes empleadores se llaman McDonald ‘s, Mercadona (en nuestro caso) o Burger King.

Personas mal pagadas y que difícilmente se organizan. Estos capítulos podríamos leerlos acompañados de autores como Erik Olin Wright o Guy Standing, en sus análisis del precariado[xi]. Pero lo interesante es la lógica de “seguir el valor” para explicar cualquier fenómeno social no desde una óptica estática, sino con un dinamismo vibrante. En ese proceso analiza también las potencialidades de los trabajadores de aeropuertos para volver al elemento de raíz marxiana que recorre todo el libro: la contradicción entre la producción y la realización de valor. La creación de deseos y necesidades necesarias para mantener la espiral que ha sido explosiva en cuanto a vuelos de avión y turismo en los últimos veinte años. Un crecimiento que choca con los límites ambientales.

Como ya se ha dicho, China con su crecimiento espectacular durante la crisis de 2008 salvó del colapso el capitalismo global, pero lo hizo generando un incremento brutal de emisiones y haciendo sobrepasar las 400 ppm de CO2 en la atmósfera. Pero China no es el único gigante en desarrollo, otros países como Brasil, en su respuesta al crash de 2007-2008 también jugaron un papel mucho más reducido pero en la misma línea. Más allá de alguna propuesta del estilo invertir en reforestación, lo esencial de la aportación de Harvey reside en esa contradicción y en la necesidad de buscar formas de organizar producción y realización de manera más racional, quizá más planificada, y cooperativa.

 

La política industrial, la igualación de la tasa de beneficio y la desigualdad

Volver a Marx tiene un claro peligro y es el miedo que provoca al lector delante de la posibilidad de un nuevo ejercicio de hermenéutica. No es el caso, Harvey vuelve siempre a Marx pero para confrontar realidades concretas. El proceso de desindustrialización en las economías de capitalismo avanzado ha sido un contínuo desde la quiebra del sistema de Bretton Woods. Harvey explica esto como una consecuencia de la llamada tendencia a la igualación de la tasa de beneficio. En esencia, la libertad de capitales tiende a su concentración en aquellos espacios geográficos o sectores productivos que cuentan con alguna ventaja hasta que la propia masa de capitales hace que el rendimiento por la inversión decrezca. Según Harvey, esto provoca que aquellas economías intensivas en trabajo sean generadoras continuas de flujos de valor hacia aquellas economías que son intensivas en capital. La importancia de este hecho, es vital para entender, por ejemplo, el aumento de la tensión entre EE UU y China a raíz del plan chino de transformar su economía de una intensiva en trabajo a otra intensiva en capital. Este hecho, rompería la cadena de valor que fluye hacia las economías occidentales y en especial a EE UU. Las batallas por los derechos de propiedad intelectual van en esa misma línea.

Las relaciones de dependencia o de neoimperialismo se basan en esta estructura de generación de valor que hace más pobres a aquellas economías basadas en la intensidad del trabajo, como por ejemplo el caso de Bangladesh, frente a aquellas intensivas en capital, como podría ser Singapour, Alemania, Japón o EE UU. Mantener a esas economías en este tipo de industrias permite recibir grandes cantidades de valor a las economías del capitalismo avanzado.

 

Alienación general

El concepto de alienación ha recuperado su utilidad para el análisis de las política y la economía actual. Caracterizada por Marx en los Grundrisse como doble en tanto que afecta al trabajador y al capitalista mediante los mecanismos de disciplinamiento del mercado y la competencia, hacen de la actividad productiva algo desagradable. Esto era compartido por Marx y Adam Smith, con la diferencia de que el segundo creía que era en beneficio del conjunto de la sociedad mientras que el primero rechazaba esta idea.

Harvey nos dice que, hoy en día, en EE UU entre el 50% y el 70% de los asalariados tienen poco o ningún interés por su trabajo, llegando algunos a odiarlo. En una búsqueda rápida de datos en España, los únicos que se encuentran son sobre la perspectiva de futuro de la empresa, de la relación con compañeros o superiores y de factores externos como vivienda. Si vamos a fuentes oficiales nos resulta fácil encontrar sobre nuestras preferencias de voto y sobre nuestras expectativas como consumidores, pero no sobre nuestro ánimo hacia nuestro trabajo. Saber a quién votaremos y cuánto consumiremos es de utilidad pública, nuestro bienestar físico y mental es otra cosa. Dedicándole pocos minutos sólo encontré una encuesta de 2006, en ella se hablaba sobre todo de aspectos relacionados con el acceso y el mantenimiento del puesto de trabajo en una sociedad que todavía paga, en parados, un acceso a la moneda única que nos deja a la intemperie. Y es que como decía hace pocos días el exgobernador del Banco de Inglaterra Mervyn King, “los tipos de cambio existen por alguna razón[xii]”.

La alienación que ha sido combatida en algunos períodos y sectores mediante una gestión y toma de decisiones más participativa, creando fórmulas que permitieran a los trabajadores ser copartícipes de los mismos, se torna cada vez más complicada. En la medida en que la automatización, la inteligencia artificial y los métodos de gestión (management) se perfeccionan, menos espacios quedan para la toma de decisiones colectivas y conscientes. No sólo los trabajadores están más expuestos al paro, la competencia capitalista en mercados abiertos no se puede permitir perder el paso.

 

Breve apunte sobre el COVID y conclusión

No puede acabar ni este comentario ni el libro sobre el que versa sin hablar de la pandemia global. Harvey se muestra mucho más comedido que otros intelectuales, como por ejemplo Zizek, pero apunta a algunas posibilidades que tienen paralelismos con las conclusiones de este otro. Harvey analiza la retórica que se ha extendido por todo el globo de manera parecida al virus, la de que éste no entiende ni de fronteras ni de banderas ni de clases. Para él, a diferencia de lo ocurrido con la epidemia del cólera que tuvo una afectación interclasista lo suficientemente amplia como para crear las bases de los sistemas de salud actuales, esta pandemia tiene una seria connotación de clase. Afecta más a aquellos que tienen peores condiciones laborales, habitacionales, etc. Mientras la gente ha de agolparse en los metros, los CEOs se mueven en aviones privados.

Está claro que la duración de la pandemia afectará de manera determinante sobre las espirales del capital y cuanto más largos sean los confinamientos y las medidas de este tipo mayor será la devaluación. La alternativa es la inyección de miles de millones desde los bancos centrales, la creación de líneas de crédito respaldadas por los estados, etc. Lo que vemos en los planes de choque europeos a diario. No obstante, es de gran importancia subrayar en la batalla cultural no sólo el hecho de que las décadas de políticas neoliberales nos han dejado sistemas de salud mucho más débiles para afrontar este tipo de desafíos. La importancia del sector privado en la investigación médica también afecta a nuestra capacidad de respuesta. Las grandes corporaciones farmacéuticas no invierten en prevención, todo lo contrario, cuantos más enfermos y más largos los tratamientos más beneficios para sus accionistas. No es coincidencia que Trump recortara el presupuesto del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades ( Center for Disease Control).

Con esto último volvemos al hilo argumental que recorre el libro y el comentario: la locura de la razón económica y la quiebra física, mental y ambiental que implica la continuación de las dinámicas del crecimiento sin fin. La pandemia en la que todavía vivimos ha afectado duramente, veremos si sólo al corto, al medio o incluso al largo plazo; a industrias como la del turismo y la hostelería que habían sido un sumidero para el excedente de capital y habían tenido crecimientos, tanto en facturación como en beneficios, estratosféricos en los últimos 20 años. El capital ha buscado otros lugares en los que crecer, Netflix y Amazon son buenos ejemplos (las acciones de Amazon cotizan actualmente por encima de los 3000$). La lógica consumista se ha encontrado con unas trabas impensables hace un año, buena parte del valor se ha estancado, algo que puede alimentar futuras burbujas de proporciones imprevisibles. Frente a todo eso, la única alternativa es la reorganización mediante una razón superior. No sólo el consumismo es un desafío, como ya vimos, China ha decidido apostar por la inteligencia artificial con el objetivo de ir progresivamente apartando el trabajo del proceso de producción. Puede parecer ciencia ficción, pero estamos hablando de un país que en tres años creó un polo de producción en altas tecnologías comparable a Sillicon Valley y que cuenta con empresas competidoras con Apple creadas después de 2011.

 

Toda lucha socialista, emancipadora, ecologista o como le queramos llamar, ha de partir de un análisis serio de la realidad. Ya no nos vale, como documenta Julián Casanova en su historia sobre el anarcosindicalismo español, con tomar un pueblo y proclamar el comunismo libertario a la espera de que la guardia civil llegué a restablecer el orden.  La batalla, que también es cultural, ha de centrarse en propuestas que ataquen la irracionalidad del sistema, como los elevados porcentajes de vivienda vacía a la espera de mayores tasas de rentabilidad. Por ello, medidas como la Renta Básica Universal se han de tomar en serio al tiempo que se han de abrigar de un cuerpo legal que hagan de ésta una medida útil y no una manera de transferir recursos de lo público a lo privado o una manera de generar inflación. La lucha por la desmercantilización, también del tiempo. La construcción de herramientas impositivas a nivel internacional, como reclama Thomas Piketty. Eliminación de los paraísos fiscales para que los Rubius de turno pierdan libertad relativa para que la mayoría ganemos en libertades absolutas. Sin duda, todas estas medidas implican un replanteamiento de los espacios de izquierdas clásicos, así como las organizaciones de las clases trabajadoras. Seguramente, implican una mayor cooperación global entre los de abajo, retomar herramientas de coordinación y lucha, de aprendizaje común y desarrollo de la inteligencia colectiva. Implican repensar y superar mitos, clichés y fetiches, como explica Harvey, quizás pasar de hablar de clase trabajadora a gente trabajadora u otras posibilidades. Hemos de apretar para que los aprendizajes del ciclo movilizador anterior no haya sido una enorme pérdida de energías de millones de personas en todo el mundo. Como decían Íñigo Errejón y García Linera, nos hemos de preparar para el invierno. Esperemos que la primavera nos pille bien parapetados de herramientas para construir un mundo nuevo.

 

Notas

[i] http://davidharvey.org/reading-capital/

[ii] https://peoplesforum.org/

[iii] Guy Standing, La corrupción del capitalismo, Presente&Futuro, 2017.

[iv] Slavoj Žižek meets Owen Jones: Could COVID destroy capitalism? https://www.youtube.com/watch?reload=9&v=_ycO5Edd29o

[v] Naomi Klein. La Doctrina de Shock, El auge del capitalismo del desastre, Planeta, 2020.

[vi] David Harvey, Breve Historia del Neoliberalismo, Akal, 2007.

[vii] Se puede descargar de la página web de Traficantes de Sueños: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Diecisiete%20contradicciones%20-%20Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os.pdf

[viii] Max Weber, La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo, Alianza, 2012.

[ix] Sobre este tema, Harvey recomienda también la lectura de “La Bruja y Caiban” de Silvia Federici.

[x] https://www.eldiario.es/economia/escriva-descarta-reducir-pensiones-si-ipc-negativo-defiende-compensarlas-futuro_1_6827303.html

[xi]  Ver Guy Standing, El Precariado. Pasado&Presente, 2003. También Erik Olin Wright, Comprender las clases sociales, Akal, 2018.

[xii] Mervyn King.“Se avecina una nueva crisis de endeudamiento, y será pronto” entrevista en El País, 17 de enero de 2021.

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