por Blai Burgaya y Roc Solà
en catalán: https://debatspeldema.org/sobre-les-eleccions-gallegues-i-basques/
Escribimos este artículo para buscar respuestas en todas aquellas preguntas que nos surgieron el pasado domingo 12 de julio cuando vimos los resultados electorales a Galicia y Euskadi. En este sentido, no es un artículo con la pretensión de únicamente hacer un análisis o explicación de la coyuntura, sino que ha sido escrito con la voluntad de encuadrar estas dudas o preguntas en una reflexión más amplia.
Noes arredores, á grieta. Kanpoaldean, ezkerrean
Como ya viene siente habitual en todas las noches electorales de los últimos años, en La Sexta Antonio Garcia Ferreras presentaba un programa especial durante el recuento de votos con una mesa llena de “grandes expertos” (sic). Como ya viene siente habitual también, un d‘estos expertos era el politólogo vicense Lluís Orriols, que repitió en varias ocasiones un dato bastante relevante que permitía enmarcar el debate y la conversación sobre de que iban aquellas elecciones. El que dijo en varias ocasiones Orriols es que, el de Galicia fue el primer parlamento en el cual entraron las fuerzas del cambio, y ahora es lo primero del cual quedan fuera. Es una observación acertada y relevante, hay que tenerla en cuenta, pero no va al fondo de la cuestión. Que desde nuestro punto de vista seria: ¿las fuerzas del cambio, las Mareas, que entraron al Pazo do Hórreo al 2014 tienen algo a ver con la Galicia en Comúnque ahora se ha quedado fuera? ¿Tiene algo a ver el Elkarrekin Podemos que comandaba Pilar Zabala con la candidatura actual encabezada por Miren Gorrotxategi?
Una de las grandes novedades en la irrupción de Podemos y todas sus confluencias en el periodo 2014-2016 fue una apuesta plurinacional que la izquierda española nunca había hecho. Aquel Podemos impugnatori que venía a cambiarlo todo, entendía que para cambiarlo todo era necesario empezar a aceptar España como el que es, un fajo de naciones. Pero esto no lo demostraba solo con discursos, más bien al contrario, lo demostraba con hechos. Con la capacidad de presentar candidaturas plurales construidas desde el territorio con candidatos en que el discurso plurinacional era creíble. En este sentido, Pili Zabala es un ejemplo clarísimo de esto. Es importante recordarlo, no por un tipo de fetichismo con el pasado, sino para situar la discusión.
Los análisis políticos se tienen que hacer sobre la coyuntura, no sobre el momento que nos gustaría que fuera. Así pues, nos tenemos que preguntar, ¿por qué que la izquierda soberanista haya recuperado posiciones frente a las confluencias en estos cuatro años? Obviamente no es un fenómeno monocausal, pero desde nuestro punto de vista hay tres factores que sobresalen: en primer lugar, que quizás centrar toda tu oferta electoral en lo bien que lo está haciendo el gobierno de España, y tener como única propuesta la unidad de la izquierda, así en abstracto, no es la mejor opción. En segundo lugar, la crisis territorial no se ha cerrado, sino que está más abierta que nunca, y por tanto, no tener un proyecto claro para salir penaliza y mucho, más cuando la opción utilizada para superar la crisis sanitaria ha sido la recentralización (tanto de las autonomías hacia el gobierno del Estado, como de los ayuntamientos hacia los gobiernos autonómicos) y la ciudadanía considera que se gestiona mejor desde las administraciones próximas. Y finalmente, la tercera causa es la incapacidad para construir una organización potente, con candidatos reconocidos, vinculada en el territorio y que no resuelva cualquier disputa a twitter.
En este sentido, según el CIS preelectoral de vascas y gallegas, la candidata de Elkarrekin era una desconocida para el 43,1% de los electores y el de Galicia en Común para el 49%. Tanto en Euskadi como Galicia, los terremotos internos en las confluencias han sido constantes durante los últimos cuatro años. En Euskadi: dimisión de la dirección antes de las elecciones después de primarias y candidatura propia de Equo, que en las generales mantuvo la confluencia a pesar de la alianza estatal con Más País. En Galicia: escisión con marcha de diputados al grupo mixto, primarias conflictivas para hacerse con el espacio y finalmente competición entre quienes se quedaron con la marca y la confluencia cerrada a ultimísima hora entre UP y Anova que adoptó una nueva marca. Todo esto fue generando el caldo de cultivo porque Galicia en Común perdiera votos en la inmensa mayoría de vecindarios, consiguiendo entre 10 y 20 puntos menos que En Marea hace cuatro años. En una decena de lugares el hundimiento superó los 30 puntos y solo consiguieron mejorar los resultados en una sección censal. ¿Dónde fueron estos votos perdidos de la formación morada? Si lo comparamos con el resto de partidos, vemos que allí donde Chaquetón perdió más puntos, más creció el voto al BNG. Los socialistas no tienen capacidad para aprovechar el hundimiento morado y no consiguen mejorar sus resultados en todos los vecindarios donde se desplomó el voto a Chaquetón. Los datos muestran que muy poca parte del voto perdido de Chaquetón se fue a la abstención. De manera muy similar, se repite el fenómeno en Euskadi. Aunque las pérdidas de ElkarrekinPodemos fueron relativamente menores, cayeron entre 4 y 8 puntos en la mayoría de secciones censales. Solo en poco más de una docena de lugares su voto mejoró respecto a 2016. Igual que el BNG en Galicia, EH Bildu captó el voto morado. En el caso vasco, la caída de Podemos está vinculada a un aumento del voto a EH Bildu. Tampoco los socialistas vascos consiguen aprovecharse del hundimiento de Podemos, el PSE-EE no consigue mejores resultados en todos los lugares donde cae el voto a la confluencia.
Claramente también hay una parte importante de mérito propio de las izquierdas soberanistas, que entendieron que con la aparición de Podemos y su discurso plurinacional tenían que potenciar su discurso social. Un ejemplo clarísimo de esto son las intervenciones del diputado Oskar Matute(Bildu) en el Congreso cuando dice aquello de que “el que nos une con la clase trabajadora española, no es la pertenencia a una misma nación, sino en una misma clase”. Del mismo modo, que cuando Bildu pactó la derogación de la reforma laboral con el PSOE el que demostraban es que era inviable seguir diciendo que “los nacionalistas solo se preocupan de lo suyo” cuando estaban consiguiendo beneficios para las clases populares de todo España.
Así pues, opinamos que se tienen que extraer tres conclusiones clave de estas elecciones. Primero, que a pesar de que podría parecer a simple vista que ganan los de siempre -y en parte es así-, la corriente de fondo refuerza la descentralización y el apoderamiento territorial en dos países que no son dos comunidades autónomas cualquiera. En segundo lugar, que la dicotomía progreso vs nacionalismo “periférico” no existe. Y por último, que quién vende pactos o hace coaliciones antes de las elecciones, pierde. Cómo señala Xavier Domènech en su último libro “si no proyectas futuro, es difícil que este acabe siendo habitable por tú”.
El búho de minerva al final de la década
Pero si miramos atrás, aunque parezca lejano el mundo previo a la pandemia, la crisis de deuda del 2008 y la posterior crisis orgánica del Régimen del 78 –que llegó a crisis de Estado en Cataluña al 2017- son elementos que permiten explicar con más claridad dónde nos encontramos ahora en julio de 2020.
Si volvemos al 2010, el Tribunal Constitucional emitía una conocida sentencia sobre el Estatuto de Cataluña. Alfonso Guerra aclaraba que se lo habían “cepillado”. Pocos días después, se convocaba una manifestación con más de un millón de personas con el lema “Somos una nación, nosotros decidimos” con el apoyo amplio de las fuerzas más dinámicas de la sociedad catalana. Aquí empezaba una crisis territorial que sigue presente una década después.
La crisis orgánica del régimen salido de la Transición solo estaba empezando. Al 2011, los dos partidos principales del turno bipartidista –en aquel momento representaban el 90% de los diputados en el Congreso- se ponían de acuerdo en la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución para satisfacer los diktats de la troika austericida. Aquí se decretaría que tenía que ser prioritario el cumplimiento de déficit público que marcaba la UE neoliberal. En aquel momento, el bipartidismo se hizo el harakiri al verse ante toda la población que en las cuestiones fundamentales se ponían de acuerdo.
Si seguimos adelante, en 2014, empiezan a aparecer todos los casos de corrupción vinculados a la monarquía –el caso Nóos en concreto- y a la vez se hacen públicas las imágenes de Juan Carlos I matando elefantes en Botsuana. Justo el año anterior, fue la última vez que el CIS preguntaba sobre la valoración de la monarquía debido a que las puntuaciones estaban cayendo en picado. El mismo 2014, el bipartidismo sacaba por primera vez menos del 50% del voto. En este contexto, aparece el primer movimiento del Régimen por relegitimar-se: el Rey abdica por consejo de Rubalcaba.
Esta pérdida de consenso del Régimen tuvo consecuencias en el campo del movimiento social y en lo político. La descomposición del Régimen, debido a la salida a la luz de incontables casos de corrupción y a la pérdida de credibilidad, y, por tanto, de capacidad de generar consenso hizo que la sociedad se identificara con el que denunciaban movimientos como el 15M, las Mareas o la PAH. En el campo político, la llegada de la CUP en el parlamento y posteriormente de Podemos al Congreso -al 2012 y 2015 respectivamente- era una expresión de como la cantidad de personas que apoyaban a opciones políticas con voluntad de impugnar el régimen iba en aumento.
Es en este momento de fuerte crisis en tres direcciones fundamentales: social, encarnada en los desahucios y la PAH; política, encarnada en la corrupción generalizada; y territorial en la prohibición de la consulta popular del 9 de noviembre de 2014, que se genera una fuerte deriva antidemocrática y autoritaria del Estado. A la vez, el cada vez mayor protagonismo del Lawfare y del Deep State va estrechamente ligado a la inhabilitación y posteriormente encarcelamiento de políticos independentistas y también a la incapacidad del Régimen para regenerarse. Cómo dice Antonio Gramsci, “el aparato de coerción [es] para aquellos grupos que no consienten ni activa ni pasivamente, o para aquellos momentos de crisis de dirección en los que el consenso espontáneo sufre una crisis”.
Entonces, el segundo intento del Régimen por relegitimarse fue el momento en que los medios contribuyeron fuertemente la subida de Ciutadans. El objetivo era convertir en Rivera en el partido bisagra que permitiera mantener a las fuerzas del cambio lejos del gobierno a través de no dejar a Podemos el campo de la regeneración y la modernización. A partir de aquí, vino el Sánchez que quería pactar con Rivera y la repetición electoral y Rajoy como presidente zombi. El referéndum del 1-O, el encarcelamiento de los líderes independentistas, el 155 y la imposición de elecciones en Cataluña. El pico más alto de represión coincidió con un momento que se puede considerar que, durante un periodo reducido, la crisis orgánica del Régimen se convirtió en crisis de Estado en una parte del territorio.
Finalmente, en junio de 2018, Podemos encabeza una moción de censura contra Mariano Rajoy que Pedro ‘El renacido’ Sánchez, se ve obligado a sacar adelante. El abril del año siguiente, se celebran las elecciones donde por primera vez entra Vox al Congreso y Podemos pierde 34 diputados, el PP perdió 71 y el PSOE subió 38. Aquí es cuando, aun con los 15 escaños de ERC y otras fuerzas políticas plurinacionales, no se pudo hacer la investidura puesto que Sánchez tenía que tomar Dormidina por las noches si pactaba con Podemos. Así, se repetían elecciones el 10 de noviembre de 2019 -con un resultado parecido solo con la desaparición de C’s como highlight– que culminarían con la investidura de febrero de 2020.
De este modo, con la llegada de Podemos en el gobierno y con el “Sánchez que se enfrentó a los barones”, la crisis democrática según la cual el Régimen excluía de manera estructural a cualquier fuerza de fuera del bipartidismo queda percibida, al menos a corto plazo, como parcialmente subsanada. La crisis social, que quedaba condensada en los desahucios masivos -en 2012 hubo una media de 517 desahucios diarios- y la completa inacción del gobierno, no ha quedado en absoluto solucionada. Aun así, el gobierno PSOE-Podemos ha aprobado algunas medidas sociales, como la prohibición de los mismos desahucios, que, a pesar de ser claramente insuficientes, dan indicios de que el Régimen pueda absorber algunos de los elementos de la crisis social. En cambio, la crisis territorial que se abrió con la sentencia del constitucional sobre el Estatuto al 2010 sigue sin tener ningún indicio de que se cierre. Con esta situación de reconfiguraciones del Régimen, llegaba la pandemia del Covid-19 y con esta la decisión de la casa real de anunciar toda una segunda oleada de escándalos con la voluntad de que el caos y el confinamiento lo hiciera pasar más desapercibido.
2020 no es 2015: Covid, segunda crisis de la monarquía y revuelta anticentralista
Desde las últimas elecciones generales, hay 43 diputados y diputadas que no pertenecen a partidos de ámbito estatal, y alguna fuerza no es ni nacionalista ni autonómica sino directamente ya provincial, como Teruel Existe. Parece que a León algunos quieren separarse de Castilla, el dumping fiscal de Madrid es aberrante, los trenes en Extremadura están en unas condiciones lamentables y aunque el Procés tal y como lo hemos conocido haya acabado, las problemáticas que expresó no han sido solucionadas. La hipertrofia del discurso nacionalista español que cada vez se condensa más a Madrid está haciendo que cada vez más gente, que se siente española, no se vea representada en las fuerzas de ámbito nacional. Cada vez hay más fuerzas políticas que son tildadas de no-nacionales o se sospecha de su compromiso con un proyecto que tenga en España como marco de actuación.
Con la aparición de la covid-19 en nuestras vidas, se ha podido volver a ver qué quiere decir que el modelo autonómico esté agotado. La recentralización de competencias como respuesta de la crisis ha tenido quejas desde casi todas las comunidades autónomas. Viene de lejos, como dice Xavi Domènech, “el Estado central es el que aglutina más del 50% de los recursos. En el caso autonómico, a pesar de que las competencias en sanidad y educación, que son las que generan más gasto, están transferidas, se concentraría tan solo un 35% de este gasto”.
Así, esta crisis territorial y de nación española está condicionando fuertemente el nuevo ciclo político que se abrió a partir de la reacción a las demandas de soberanía de las naciones periféricas en respuesta a la recentralización. Esto se puede ver claramente en los resultados obtenidos por Podemos, sobre todo en Galicia como hemos comentado, donde prácticamente todos los votos han pasado al BNG. De hecho, a la vista de los acontecimientos, parece que Adelante Andalucía apuntaba en direcciones menos equivocadas del que se dijo en aquel momento.
A la vez, la nueva crisis de la monarquía abre la posibilidad de una nueva crítica al modelo no democrático de la elección del jefe de Estado diferente del que se planteaba a 2014. Aquel año todavía tenía la bala a la recámara de la abdicación y la promesa de que el hijo regenerara la institución alejándola de la corrupción. Los descubrimientos escandalosos de tener una máquina de contar billetes a la piscina al más puro estilo Scarface puede suponer un escándalo moral suficiente como para reabrir aquella crisis que se quiso suturar al 2014. Si desde la Transición no había monárquicos, sino juancarlistas, ahora, a pesar de que se intente volver a construir un felipismo, el discurso del 3 de octubre no es lo 23F.
Decía Lenin que «Toda forma nueva de lucha, unida a nuevos peligros y sacrificios, ‘desorganiza’ inevitablemente todas aquellas organizaciones que no están preparadas para esta nueva forma de lucha». Si aplicamos este principio a la situación de cambio de fase que se abrió con la reacción nacionalista al procés, podemos aventurar que solo si se es capaz de dibujar, acompañar y posibilitar un nuevo horizonte republicano, regeneracionista, democratizador para el conjunto de pueblos de España, podrá existir una salida que resuelva las grandes crisis que todavía abiertas en el Régimen del 78.