El monstruo ya ha entrado: pandemias, agrocapitalismo y crisis climática

[En català]

Davis, Mike (2020) Llega el monstruo: COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo. Madrid: Capitán Swing, 184 pp.

Entre 2003 y 2006, el sudeste asiático se convirtió en el epicentro de una de las pandemias mundiales que más ha asustado a científicos y epidemiólogos: la gripe aviar. Aunque el virus ya se conocía desde finales del siglo XIX, todas las alarmas se dispararon en 1997, en Hong Kong, cuando se descubrió que el patógeno había saltado la barrera interespecífica y había infectado, por primera vez, a humanos. En este primer brote murieron seis de las dieciocho víctimas, lo cual revelaba una tasa de mortalidad muy superior a la de, por ejemplo, la famosa gripe española de 1918. La propagación del H5N1 pudo ser contenida gracias al sacrificio de todas las aves de corral de la ciudad, pero el virus permaneció oculto en los patos domésticos, hasta que volvió a aparecer en diversos países a lo largo de 2003. El problema con este segundo brote, aparte de alcanzar proporciones pandémicas (hubo casos en cuatro continentes, exceptuando Oceanía), es que demostró que la gripe aviaria había mutado y que podía ser transmisible entre personas. Las posibles consecuencias de una plaga cuya manifestación había matado a dos tercios de los infectados hicieron preguntarse a varios investigadores si la especie humana se encontraba al borde del abismo.

Uno de los que alertaron que la gripe de los pájaros solo era el preludio de lo que se podía venir encima fue Mike Davis, sociólogo e historiador estadounidense quien, en 2005, publicó El monstruo llama a nuestra puerta (El Viejo Topo, 2006). En este libro, Davis no solo hacía un repaso muy divulgativo de la realidad de la nueva gripe, inscribiéndolo en la misma estela que otros fenómenos víricos, como la gripe española de 1918 o el recientemente descubierto SARS-CoV (el hermano mayor del coronavirus actual), sino que analizaba las causas del surgimiento del virus aviar y de su facilidad de propagación. Habían sido las conmociones ambientales inducidas por el hombre —el turismo de ultramar, la Revolución Ganadera, la urbanización del tercer mundo—, esto es, las condiciones de posibilidad del agrocapitalismo industrial, las responsables de que la gripe se hubiese convertido en una de las fuerzas biológicas más peligrosas para nuestro planeta. El desencadenamiento definitivo de una pandemia mundial como la que había predicho Davis, esta vez auspiciada por el SARS-CoV-2, ha sido la excusa perfecta para reeditar el libro, con un nuevo capítulo dedicado a explicar el porqué de la covid-19, lo que (no) están haciendo los gobiernos para evitar su propagación y un nuevo título que, irónicamente, responde al original: Llega el monstruo (Capitán Swing, 2020).

Cabe destacar que la crisis del coronavirus que estamos padeciendo en la actualidad no ha sido ni la primera epidemia mundial ni el primer patógeno que ha pasado de los animales a los humanos. Ya la gripe española de 1918-1919 —“la enfermedad que más muertes ha causado en la historia de la humanidad”, según la OMS— constituyó un primer ejemplo de pandemia apocalíptica, puesto que, más allá de las circunstancias de su aparición (redistribución o recombinación), de su origen geográfico (una base militar en Kansas, una trinchera en Francia o el sur de China) y de su forma peculiar de ataque (provocando una tormenta de citocinas que afectaba a adultos jóvenes), causó unos índices de mortalidad extremadamente elevados: estudios recientes sugieren que murieron entre 48,8 y 100 millones de personas, cebándose especialmente en India, donde fallecieron unos dieciocho millones y medio de personas. Revisando la escasa bibliografía sobre los cofactores que podían explicar tal cantidad de muertos en determinados países asiáticos, el miembro del consejo editorial de revistas como New Left Review y Sin Permiso concluye que “la mortalidad tuvo un estricto sesgo de clase” (p. 66), ya que la pobreza, la desnutrición, las enfermedades crónicas y las coinfecciones, definitorias de cualquier país con bajos ingresos, hicieron que la correlación entre clase social y letalidad fuese impactante.

Aunque el núcleo de la argumentación del autor se declina fácilmente de los sucesos de 1918-1919, hay quien podría argumentar que, en realidad, el contexto en el que se desencadenó la gripe española (soldados debilitados y atrincherados en espacios insalubres durante mucho tiempo) era demasiado específico para poder darse de nuevo. Sin embargo, según Davis, desde finales del siglo pasado vienen sucediéndose un conjunto de cambios globales que han facilitado una evolución acelerada interespecífica de nuevos subtipos de gripe, los cuales tienen capacidad para transmitirse a lo largo y ancho del globo. Dichos cambios son: (1) la Revolución Ganadera, esto es, el desarrollo del agrocapitalismo a gran escala; (2) una revolución industrial en la China meridional —el crisol histórico de las gripes humanas—, que ha hecho aumentar los intercambios comerciales y humanos de la región con el resto del mundo; (3) la aparición de “superciudades” en el tercer mundo, con barrios miseria de alta densidad poblacional y malas condiciones sanitarias; y (4) la ausencia de un sistema internacional de salud pública que se corresponda con las dimensiones que ha alcanzado la globalización económica. La historia le ha terminado dando la razón.

La Revolución Ganadera fue impulsada por la urbanización de los países en vías de desarrollo y una creciente demanda de aves, cerdos y productos lácteos en estas regiones. Se trataba de un cambio de modelo productivo que, copiando el patrón organizativo de la industria cárnica estadounidense, atentaba contra los campesinos y sus familias. A partir de entonces, la producción avícola y porcina ha pasado a realizarse mediante complejos industriales enormes que concentran miles de animales en espacios muy reducidos. Abandonados por sus gobiernos, los pequeños agricultores y granjeros se han visto abocados al comercio de animales salvajes o a la cría de gallos de pelea, ya que no pueden competir con la carne barata que producen dichas fábricas. Además, no es un cambio que solo se haya producido en el este asiático, sino que estamos ante un fenómeno global que se ha dado en varios lugares de todo el mundo. Por ejemplo, cuando los barcos pesqueros europeos invadieron las costas de África occidental, sus habitantes tuvieron que abandonar su fuente de sustento tradicional y recurrir a la carne de animales silvestres para obtener proteína de manera asequible.

Estas prácticas no están conduciendo solamente a una disminución exponencial de las reservas de pescado y a la desaparición masiva de especies terrestres, sino que se trata de un proceso integral que facilita la aparición de nuevos virus. La deforestación y la construcción de carreteras para extender el alcance de las industrias mineras, petroleras y madereras han permitido a los cazadores acceder a regiones boscosas que antes eran inaccesibles. El resultado ha sido “un aumento radical del contacto biológico entre el ser humano y los animales salvajes” (p. 82), lo cual conlleva la aparición de nuevas transmisiones zoonóticas. Lo mismo ocurre en los complejos industriales del sector cárnico, pues la elevada densidad facilita la propagación de cualquier patógeno entre los animales (de ahí que los sacrificios de pollos ante los diferentes brotes de gripe aviar se contasen por millones); promueve el encuentro entre animales que, en general, no suelen estar juntos (en las grandes granjas, pollos y cerdos se sitúan en compartimentos contiguos); y provoca que el paso de enfermedades de animales a humanos sea un hecho, dadas las precarias condiciones en las que trabajan los empleados de dichas fábricas. Por ponerlo con Rob Wallace, la cría industrial de aves de corral para las empresas de comida rápida se ha convertido en una diabólica incubadora y distribuidora de nuevos tipos de gripe.

Así pues, pandemias como la que estamos padeciendo actualmente tienen explicación más allá de la referencia a “los chinos” —de hecho, el recurso al origen extranjero del patógeno ha sido bastante común en la mayor parte de las pandemias—. Aun cuando, en nuestro caso concreto, la transmisión zoonótica tuvo lugar en un mercado de animales vivos y no en una granja industrial, la idea de que el capital multinacional es el motor de la enfermedad sigue siendo igual de válida. El rápido desarrollo de determinadas regiones de Asia oriental propició que sus habitantes, en perpetuo movimiento entre las zonas rurales e industriales, comenzasen a ingerir más carne y menos arroz y verduras. Si a esto se le suma que, por lo general, se trata de zonas con una densidad urbana extrema —al igual que en viviendas de gran altura, hospitales o barrios marginales—, la transmisión viral se ve potencialmente aumentada por la ventilación defectuosa, por los sistemas de aguas residuales o, peor aún, por la falta de estos. Es justamente lo que pasó con la epidemia de SARS (el primer coronavirus) entre 2002 y 2004: aparte de que los brotes más infecciosos se dieron en edificios donde convivían gran cantidad de personas en condiciones insalubres, el virus fue el subproducto letal del comercio internacional de carne silvestre, íntimamente relacionado con la tala y la deforestación. Es decir, “suponía una amenaza mortal tanto para la salud humana como para la biodiversidad regional” (p. 98).

Por tanto, es evidente que la crisis sanitaria, tómese como ejemplo la covid-19, y la crisis climática son dos manifestaciones diferentes de un mismo proceso de cambio global iniciado por la acción humana. De hecho, en determinados círculos ecologistas ha dominado una suerte de catastrofismo biocéntrico que diluye la frontera entre lo natural y lo social. Es por eso que, últimamente, ha tenido mucha difusión la noción de Antropoceno, la cual tiende a describir a la humanidad como una fuerza geológica autodestructiva. Según este paradigma, muy influyente en buena parte del ecologismo mainstream, desde el Neolítico, habríamos estado buscando las cosquillas a la naturaleza hasta que, en el último siglo, las tensiones acumuladas por el avance tecnológico ecologicida nos han estallado en la cara.

Sin embargo, una serie de ensayos recientes de inspiración marxista ha tratado de matizar el paradigma antropocéntrico y ha puesto el foco en los procesos sociales, esto es, en el modo de organización socioeconómica, que median en nuestra relación con la naturaleza. Así, en vez de Antropoceno, hay quienes prefieren hablar de Capitaloceno. Pendergrass y Vettese, en un artículo publicado originalmente en la revista Jacobin, consideran que la lección principal que podemos extraer de la pandemia del coronavirus es que el desafío de las nuevas zoonosis es inseparable de la crisis medioambiental. En este sentido, el capital que hay detrás de la ganadería y la agricultura industriales ejerce una presión increíble para que se incremente la eficiencia de la producción alimentaria a expensas de la salud, sea de las personas, de los animales no humanos o del planeta.

La solución pasa, necesariamente, por un aumento extraordinario del consumo de verduras, frutas, granos y proteínas vegetales y una reducción drástica de la ingesta de carne y lácteos. No son sostenibles las dietas que obligan a deforestar medio Amazonas para producir el grano que alimenta a las vacas, los pollos y los cerdos que después consumimos los humanos. En el horizonte de cualquier proyecto emancipador, pues, deben estar las dietas basadas en vegetales para casi todo el mundo, el fin del agrocapitalismo cárnico y la resilvestración —rewilding— de vastas zonas del planeta. Por el contrario, confiar en las vacunas, los antibióticos y los antivirales, aunque nos puedan servir para atajar las consecuencias más inmediatas de una pandemia mundial, sigue el mismo patrón tecnoutopista que la creencia de que el cambio climático puede solucionarse a través de la geoingeniería y la captura de dióxido de carbono de la atmósfera.

La extensión de enfermedades similares a la covid-19, o con tasas de mortalidad aún mayores, será la norma más que la excepción durante este siglo. La universalización de los sistemas de salud pública tiene que ser un punto fundamental de los programas políticos de las izquierdas. También la garantía de las condiciones materiales de las mayorías populares debe tener prioridad sobre los beneficios de las grandes farmacéuticas y la industria cárnica. Aun así, es imprescindible tomar conciencia de dónde se sitúa la raíz del problema, pensar de manera estructural y ser escépticos respecto a las soluciones técnicas. Hace 15 años, el monstruo estaba llamando a la puerta. Ahora, ya ha entrado. Será mejor hacer algo antes de que nos coma a todas y todos.

Para saber más

Malm, Andreas (2020) El murciélago y el capital: coronavirus, cambio climático y guerra social. Madrid: Errata naturae.

Pendergrass, Drew y Troy Vettese (2020) “La crisis climática y la COVID-19 son inseparables”, Contra el diluvio. Disponible en https://contraeldiluvio.es/la-crisis-climatica-y-la-covid-19-son-inseparables/.

Rendueles, César (2020) “«Capitaloceno»”, El País. Disponible en https://elpais.com/babelia/2020-11-27/capitaloceno.html.

Wallace, Rob (2020) Grandes granjas, grandes gripes: agroindustria y enfermedades infecciosas. Madrid: Capitán Swing.

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