Utopía para sobrevivir

Por Juan Carlos Solórzano

 

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La palabra utopía empezó a sonar con fuerza en mi cabeza, curiosamente, en medio de una pandemia mundial y su respectivo confinamiento. No es algo solo propio, se ha escrito bastante en este último tiempo sobre la utopía desde el ecologismo. En este impasse entre la vieja normalidad y una nueva normalidad surgían respuestas de todo tipo. En la vieja normalidad, pese a todo lo malo que tenía, de alguna forma ordenaba, organizaba y daba sentido a nuestro (poco) tiempo y a nuestros días. La nueva normalidad nacía con el sueño de que fuera circunstancial; con una serie de restricciones, distanciamiento social, nuevos miedos, ansiedades y con más incertidumbre. La incertidumbre no es algo nuevo, llevamos bastante tiempo dejando de pensar en el futuro a medio/largo plazo en una constante glorificación del pasado. Aquella frase de Jorge Manrique de “todo tiempo pasado fue mejor”. El futuro cada vez nos daba más miedo porque empezaba a tomar fuerza la idea de que las nuevas generaciones vivirán cada vez peor que sus antecesoras. Una expresión de esto fue previo al 15M como por ejemplo “Juventud Sin Futuro”. Hoy una traducción de ello es Fridays for Future (F4F) señalando que esa distopía climática que muchos dibujan quizá nos toque vivirla y por ello es necesario vivir en una sociedad diferente y más sostenible. Pero la incerteza actualmente ya no solo con es un futuro distópico sino que tampoco sabemos qué sucederá de aquí unas semanas, un mes, un año o dos… De ahí el anhelo, el deseo e incluso objetivo político de volver a la vieja normalidad pese a que varios hábitos de esta fueran causa indirecta/directa de lo que actualmente hemos vivido. Y por ello cabe poner en cuestión si realmente las nuevas problemáticas que vienen se pueden responder o actuar con recetas del pasado y sin tocar nada de nuestra vieja normalidad.

Tampoco quiero engañar a nadie, el contexto en que nos encontrábamos tampoco me animaba a leer o escribir sobre ello, quizá solo a tenerlo en la cabeza. En una familia monoparental, niños sin cole o cole virtual, teletrabajos y además tener que acabar una carrera, pues no me sentía capaz de imaginar un mundo mejor. No me sobraba optimismo de la voluntad, precisamente. Aun así encontré un refugio en películas, series, videojuegos…

La idea que me motivó a escribir sobre la utopía fue Watchmen, tanto el cómic como la serie de HBO, y Mad Max: Fury Road. Me centraré en la serie para no extenderme y luego haré un comentario sobre una escena de Furiosa en Mad Max (alerta spoiler en los dos siguientes párrafos):

La serie empieza desde que Ozymandias, un superhéroe retirado, para evitar una guerra nuclear inminente entre EEUU y la URSS trae una amenaza exterior (un alien) para forzar una paz. Posteriormente, suelta la siguiente frase: “Yo salvé a la tierra del infierno. Ahora la acompañaré hacía utopía”. Finalmente, Ozymandias pregunta al Dr. Manhattan (el único superhéroe con poderes que le hacen prácticamente divino) si ha hecho lo correcto y éste le responde que aún nada termina. La serie continúa este punto. Ozymandias se da cuenta de que no. Después de esa alianza momentánea no se ha creado un lugar de armonía, progreso, que lucha contra el cambio climático, en defensa de las minorías… Este huye de la civilización hacia un sitio donde crear vida desde cero, con la ayuda del Dr Manhattan, una recreación del Jardín del Edén: seres vivos iguales y sin diferencias raciales (clones) más allá de la diferencia de género para garantizar la reproductibilidad de la sociedad, vivir en armonía con la naturaleza y con una idea de progreso presente en su sociedad. Un sitio idílico donde no hay conflicto. Poco tarda en darse cuenta que en ese mundo le falta “todo lo humano”. Ahí acepta su fracaso y se da cuenta que la utopía no se cumple en una localización alejada de la realidad. Se cumple en el mismo lugar donde ocurren los conflictos, desigualdades y dolores sociales. Allí donde se piensan o encuentran razones para pensar en un lugar mejor.

A una conclusión parecida se llega en Mad Max: Fury Road. En una escena donde Furiosa llega a la “tierra prometida” fuera de todos los peligros de su mundo apocalíptico y se da cuenta que era un mito. La violencia, autoritarismo y dominación masculina que la persigue está en todas partes. Furiosa toma la decisión (pese hacer un amago de rendición) de dar media vuelta. El mundo que intentaba dejar atrás nos guste más o menos, es el único que existe y por lo tanto el único en el que se puede disputar, luchar e intentar cambiar. Como explica Clara Serra, la conclusión es que “no se puede elegir entre tomar el poder o abolirlo porque no existe un lugar sin poder y por ello, la verdadera elección es disputarlo o padecerlo” (Serra, 22). La posibilidad de construir una utopía es en nuestra realidad con todas sus relaciones de poder inherentes. Esto me permite vincularlo a una reflexión de Layla Martínez: con la aparición de experiencias revolucionarias (por ejemplo, socialistas) demostraron que “las sociedades utópicas ya no se ubicaban en lugares lejanos y legendarias, sino que podían construirse en ese mismo momento” (Martínez, 51-52).

He querido poner estos dos ejemplos para llegar a otro punto importante sobre las utopías y conectarlo con otra idea de Layla Martínez. Los productos culturales juegan un papel fundamental a la hora de ampliar imaginarios colectivos y subjetividades. No solo por vernos reflejadas en ellas sino nuestras interpretaciones de la realidad y sus posibilidades de cambio. En Utopía no es una isla, Layla Martínez explica como “la idea de que cualquier intento de cambio acaba invariablemente en una distopía ha calado hasta el fondo de nuestro sustrato cultural compartido” (Martínez, 134). La ficción distópica, en algunos casos con buenas intenciones de avisar de peligros venideros que nos amenazan, contribuían “a la creencia de que el futuro iba a ser peor, y esa creencia corría el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida” (Martínez, 135). Hay diversos ejemplos de esto, dos de ellos serían: Cyberpunk 2077 y en otro ámbito El Último Tour del Mundo de Bad Bunny (señalando el 2032 como el fin). Para contraponer estas visiones, en el mismo libro hay numerosos ejemplos de utopías que han servido para motivar o impulsar proyectos políticos. Véase las obras de Nikolai Fedorov y la idea de utilizar la tierra como una nave espacial. Estas ideas llegaron a Konstantin que años después le llevaría a ser de los pioneros en diseñar cohetes espaciales con la idea de expandir la sociedad comunista de forma interplanetaria. Luego se daría la carrera especial de la Guerra Fría, pero en un principio las aspiraciones iban más allá de eso. 

Antes de seguir con el artículo me gustaría poner otro nombre sobre la mesa, el de Jose Esteban Muñoz. Autor del libro Utopía Queer (2020) en el que reivindica la idea de utopía a través de la interpretación de la obra de Ernst Bloch (entre otros autores). Cuando habla de utopía, no habla de un lugar concreto, sino de experiencias, obras artísticas con “huellas utópicas” y momentos del pasado, no como anhelo, sino como momentos donde se intentó romper la cotidianidad del sistema. El contexto de la obra se ubica, como bien explica su prólogo, en un momento donde la política ha perdido su imaginación y sus propuestas se han acercado más al asimilar que cambiar el orden imperante. En especial, centra su crítica hacia las dos primeras siglas del movimiento LGTBI, ya que señala aquello que nombró Lisa Duggan llamó “homonormatividad”, que es básicamente reproducir las normas y formas sociales de la “heteronormatividad”. Ejemplos de esto serían repetir las formas tradicionales de familia (adopción o vientres de alquiler), la reivindicación del matrimonio, su participación en el ejército como en EEUU (Esteban Muñoz, 16). Hay varias cuestiones interesantes en el libro pero utilizaré principalmente la interpretación del autor sobre la obra de Bloch de lo utópico como lo performativo.

La utopía, para Esteban Muñoz, es un ideal movilizador que nos empuja y nos mueve hacia un horizonte de posibilidades que no tiene un mandato previo. Nos ayuda a no quedarnos en el aquí y el ahora como una crítica al capitalismo que naturaliza un orden, un devenir de los hechos y como supuestamente deben ser las cosas. Le recuerda al cortoplacismo y pragmatismo (por otra parte necesario) que hay algo que falta y que no basta el presente que tenemos. También la utopía tiene otra función emocional, aquel concepto de Bloch como “principio de esperanza”. Las emociones son importantes en política y la esperanza es un sentimiento positivo que permite imaginar mejor un futuro. Dicho esto, los sentimientos negativos también pueden movilizar y aportar a la idea de utopía. Esto es un poco como el debate cuando hay una manifestación sobre si es demasiado festiva o combativa, ambas pueden aportar a una idea emancipadora dependiendo de cómo se canalice. La esperanza para pensar el futuro es necesaria, pero también otros sentimientos negativos como el rechazo o el miedo. Paolo Virno hablaba de cómo los malos sentimientos de la multitud, como el desánimo o el odio, podrían ser redirigidos hacia pilares de nuestras sociedades como el trabajo; tanto por la explotación del trabajador (y la alienación) como porque el propio trabajo sea la única garantía (y cada vez más insuficiente) de nuestra subsistencia.

Retomando la idea de utopía como forma de pensar el futuro, hay una distinción interesante dentro de esta concepción: lo posible y lo potencial performativo. Herencia aristotélica, dicho sea de paso. Esteban Muñoz aclara la distinción de la siguiente manera: lo posible es aquello que existe y se hace en el presente, la política del día a día necesaria para ir realizando cambios en nuestras sociedades como ganar elecciones, articular mayorías, organizar movilizaciones… Batallas no tan épicas pero que nos permiten avanzar y ganar tiempo. Lo potencial performativo es aquello que aunque existen herramientas en nuestro presente pero las pensamos como algo futurible, algo que no está en nuestro orden del día. Como señala Bloch es un tiempo y un lugar que aún no han llegado. Sale de nuestras lógicas capitalistas de aquello que será (lo que se espera) y pone el acento en lo que “deberá ser”. 

Me interesa ahora aterrizar toda esta teoría de alguna forma. Antes he mencionado el ecologismo, dónde más se ha pensado sobre la utopía. En estos artículos he encontrado dos horizontes diferenciados: Green New Deal y Decrecimiento.

Con el GND pasa un poco como con la Renta Básica Universal. Cuando empiezan a tomar relevancia en diferentes espacios e incluso se incluye en el vocabulario de los adversarios saltan todas las alarmas. Algo natural por otra parte, pero: o bien lo damos por perdido o bien lo regalamos al rival político. Otra forma de verlo podría ser que si los rivales quieren incorporarlo en sus discursos y programas políticos es porque ese concepto no está cerrado y es disputable. Esto no quiere decir que la idea no deba ser revisada o criticada; es necesario saber su procedencia y en qué proyectos políticos está siendo circunscrita. Otra consideración es saber su traducción en nuestros contextos políticos, en este caso, la traducción del GND no ha sido de un empresario del IBEX35 con un capitalismo verde debajo del brazo, sino más bien de dos activistas (incluido en un programa electoral) en ¿Qué hacer en caso de incendio? de Héctor Tejero y Emilio Santiago (2019), cuya propuesta es un GND con una fuerte presencia de lo público y más distributivo. Esto no quiere decir ni mucho menos que sea la respuesta a todos nuestros problemas, pero creía importante hacer estos matices antes de entrar en profundidad.

Intentaré ubicar lo posible, lo potencial performativo y, aún más interesante, la relación entre ambas. Lo posible situaría el Green New Deal por la sencilla razón es lo que a día de hoy puede articular mayorías o ciertos consensos dentro del cortoplacismo y pragmatismo. Es un proyecto político que tiene una pequeña victoria cultural previa, que es básicamente asumir el cambio climático como un problema. En este proyecto se incorporan diversos cambios importantes como la descarbonización de la economía, economías circulares o espirales, transición energética, empleos verdes, transporte públicos sostenibles, agroecología… Medidas que dirigen a nuestros estados del bienestar hacia posturas más ecológicas y menos depredadoras del capitalismo visto hasta ahora (BAU o HIPERBAU). Cambios importantes en materia de políticas públicas y economía pero también cultural. Poner la emergencia climática en la centralidad de nuestros debates, desplazar nuestro sentido común, hacer más deseable una vida en consideración al medio ambiente y todas las victorias que se puedan dar en un GND.

Es importante tener en cuenta en qué contextos nos situamos por la sencilla razón de que hasta hace poco el panorama era aún más desolador. Como bien dice Emilio Santiago el debate entre Green New Deal vs Decrecimiento (2020) es avanzado a su tiempo. El mayor ejemplo de esto es que hasta hace nada el expresidente de EEUU era abiertamente negacionista y pretendía que fuese una ideología imperante. Y pese a su derrota reciente en las últimas elecciones su legado político (el trumpismo) no desaparecerá ni las extremas derechas que lo han apoyado o tomado de ejemplo. El debate se situaba en sí transición verde o no (Emilio, 2020). Y quizá estamos entrando en una fase de decidir qué tipo de transición verde queremos con las nuevas posturas de la UE o la vuelta de los Acuerdos de París de EEUU.

Todo esto suena razonable y en mayor o menor medida pragmático. Pero también es cierto que no es suficiente.

El decrecentismo es lo potencial performativo a diferencia del GND ataca un pilar fundamental del sistema capitalista que es la constante búsqueda de crecer. La apuesta por energías renovables es necesaria pero también tener en cuenta dos límites: por un lado que no pueden producir a día de hoy toda la energía que consumimos y por otro lado las energías renovables dependen de materiales minerales que son finitos. El riesgo de esto último incide bastante Andy Robinson en su artículo ¿Puede el “New Deal” verde salvar el planeta? (2020) es en la cuestión geopolítica. En esta transición se puede dar que la demanda de recursos minerales deriven en extractivismo y nuevas formas de colonización en América Latina (Bolivia y su depósito de litio por ejemplo) o África. Sumado al coste que supondría la extracción de metales en deforestación, colapsos de ecosistemas y biodiversidad… Por otra parte en el artículo de El trabajo en las transiciones ecosociales (2020) de Luis González señala los 3 posibles escenarios para evitar superar el 1,5ºC mediante una reducción del 58% en emisiones respecto 2019. En el primero se supera, básicamente seguir como estamos. En el segundo se habla de un GND que reduce un 45% las emisiones pero sin llegar al 58% antes comentado. Y en el tercero y último se dibuja un escenario decrecentista: construir una economía pequeña, local y ecológica (menos industrial), más peso en el sector de la energía y la silvicultura, aumento de los trabajos de cuidados, reparto de empleo con jornadas laborales más cortas y generar así más puestos de trabajo… Entre otras medidas para conseguir las reducciones necesarias e ir más allá.

Sin embargo, en este punto también tenemos problemas. El primero es el que plantea el mismo autor del anterior artículo ya que en un escenario Decrecentista se destruirían unos 2.000.000 puestos de trabajo respecto al GND o BAU (que intentaría compensar con mayor reparto de trabajo y jornadas más cortas). Dicho esto cabe destacar un artículo publicado en la New Left Review titulado Decrecimiento vs Nuevo New Deal Verde (2018) de Roberto Pollin donde extiende esta crítica mediante dos ejemplos como Japón y Canadá:

          En el caso de Japón, la cual Herman Daly señaló que está en camino de ser una economía de “estado estacionario”, tiene un crecimiento del PIB cercano al 0 desde hace tiempo y aun así sigue siendo de los países que más emiten CO2 con 9,5 toneladas per cápita. Esto se explica porque la mayoría de su consumo energético proviene del petróleo, carbón y gas natural.

      En el caso de Canadá responde a las propuestas de Peter Victor en Ecological Economics sobre la aplicación del decrecimiento en Canadá. Los resultados demuestran que se podrían reducir las emisiones de gases invernadero un 88% hasta 2035 respecto a un escenario crecentista. El problema viene en que provocaría una caída del PIB per cápita que en 2035 llegaría a ser el 26% de lo que sería en caso de seguir como estamos.

Ambos casos visibilizan una serie de problemas: la relación entre el crecimiento y emisiones es fundamental pero también es importante la inversión en energías limpias. Según Pollin asumir estas tesis provocaría una reducción de emisiones “ligeramente” superiores a las de un programa de inversión en energías limpias del 1,5% anual. Además de que asumir la tesis decrecentista actualmente podría provocar una gran depresión económica mundial con una fuerte caída del PIB, aumento del desempleo, una bajada importante de las rentas de la clase media y baja y un impacto en la financiación del sector público como pueden ser la sanidad o la educación. Y aquí vendría una última crítica que su posible respuesta dependa de los análisis de la situación que hagamos: ¿Es políticamente viable actualmente una propuesta así?

La idea de crecer como necesidad tanto a nivel global como a nivel individual ha acompañado durante décadas al capitalismo. Esto marca tanto un profundo arraigamiento cultural e incluso un cierto límite antropológico. En nuestro sentido común no está como alternativa una vida con lógica decrecentista, por ahora. ¿Podemos actualmente hacer una vida deseable con menos y renunciar a nuestras comodidades? Creo que tarde o temprano tendremos que hacerlo inevitablemente. Pero a su vez comprendiendo en qué punto estamos, lo que a día de hoy se puede considerar una alternativa real y sus condiciones materiales. Hoy por hoy parece ser que la UE se plantea abordar la emergencia climática a “su manera” en los Acuerdos de París o el NGEU.  Se ha conseguido después de mucho tiempo un principio de consenso sobre la necesidad de una transición verde, ahora que este objetivo político empieza a resonar desde diferentes instituciones y estados queda quizá lo más complicado, disputarlo políticamente. No regalarlo para que sea otra oportunidad de renovación del capitalismo. Eso no solucionará ni el presente ni el futuro. Porque el Green New Deal en el fondo es una forma de ganar tiempo.

Pensar en un Green New Deal poscrecentista para poder hacer un Decrecimiento poscapitalista. No pensarlo como una dicotomía sino como una relación entre lo posible y lo potencial performativo. El primero útil para pensar el “aquí y el ahora” y el segundo como brújula para pensar lo que “deberá ser”. Este punto de diálogo se puede ver en un debate entre Héctor Tejero y Yayo Herrero en el cual esta última señala que el GND que se plantea en ¿Qué hacer en caso de incendio? (2019) ni es un reflejo del capitalismo verde con una dinámica principalmente mercantilizadora ni es incompatible un diálogo con el decrecentismo. Promover espacios que puedan encontrar ambas posiciones y evitar divergencias como se evidenció en Bolivia con Pablo Solón y la defensa del golpe de Estado contra Evo Morales (Robinson, 2020). Poder construir y articular mayorías en un GND poscrecentista asentando cambios en nuestra economía, en nuestras políticas, en nuestras instituciones y en nuestra forma de vivir. A raíz de esto poder consolidar ideas como un futuro en constante crecimiento es inviable, solidificar victorias culturales “climáticas” y aprovechar las experiencias institucionales tanto sus aciertos y errores para poder diseñar un modelo poscapitalista decrecentista como una alternativa, que aparezca en nuestros discursos e introducirlos en los debates del día a día. Como dice Malm (2020) el comunismo del siglo XXI tendrá que “construirse en una situación de escasez más que abundancia”. Y por lo tanto demostrar, y hacer deseable, la idea de que se puede vivir con menos y que puede ser incluso mejor. Y no solo desde lemas o discursos sino también ofreciendo las condiciones materiales y evidencias para ello.  

Hasta este punto del artículo la cuestión ecológica ha ocupado un papel central. Debido a que principalmente es desde el ecologismo es donde más se ha intentado dibujar alternativas. Y también porque desde el ecologismo se explican detonantes de esta pandemia anclados en nuestra vieja normalidad: la pérdida de biodiversidad, el comercio ilegal de diversas especies, prácticas de la agricultura y el consumo de productos animales… Pero no es casualidad que en medio de la pandemia se hayan intensificado varios conflictos sociales como el racismo estructural, la precariedad, aumento de desahucios, subidas del precio del alquiler o facturas, violencia machista, la situación de las trabajadoras sexuales…

No creo que las pandemias sean la “oportunidad” para solucionar todos los problemas. Más bien, se hacen más visibles y profundizan aún más las necesidades que ya teníamos antes. Dentro de estas necesidades más urgentes exigen respuestas inmediatas. Estas han surgido del gobierno u otras instituciones pero también desde asociaciones de vecinos o padres y madres. En algunos casos desde la autoorganización y en otros con voluntad política desde las instituciones como por ejemplo para parar desahucios y cortes de luz (temporalmente), situar en la agenda política la reducción de la jornada laboral o la renta básica universal.

Cuando hablo de utopía siempre me he referido a ella como un horizonte. Considero que no son un esquema fijo y significan más una apertura de imaginarios que algo preestablecido. Y por ello se necesita que se amplíen nuestros horizontes con más visiones, imaginarios, demandas, respuestas… Y desde lugares diferentes que puedan dialogar. Porque las utopías se construyen de forma colectiva. Según Bloch había dos formas de utopía: las concretas y las abstractas. Ambas podían estimular la imaginación política o ser ensoñaciones pero las utopías concretas eran más fuertes porque estaban conectadas a su conciencia histórica, relacionadas con sus luchas concretas y servían como esperanzas de un colectivo o colectividades emergentes. En nuestras luchas de nuestro día a día y en las diferentes respuestas que ha habido a diversos dolores sociales agravados por la pandemia pueden llegar a contener “huellas de lo utópico”. Elementos de nuestro presente que se pueden incorporar y así ayudar a tener una utopía con una mayor potencialidad a la hora de imaginar un futuro mejor posible, por el cual luchar y sobre todo por el cual vivir.

A lo largo del artículo he defendido una utopía verde pero no solo eso, sino que deben sumarse otras muchas visiones y propuestas. En mi cabeza durante la pandemia se me vinieron algunas como pueden ser una sociedad: menos trabajo o liberado esté, ciudades pensadas para las personas y no los coches, vivienda garantizada, renta básica universal, mayor presencia de los cuidados, un mayor sentido de comunidad, mayor control de la economía, ciencia y tecnología para el servicio de la sociedad, convivir mejor con nuestro entorno, unos servicios públicos que cubran todas las necesidades incluida la salud mental, organizaciones descentralizadas y cada vez más locales, condenar y señalar el machismo, acabar con el racismo estructural y toda diferencia étnica y de género… Me estoy dejando muchas cosas pero como he dicho antes esto no va de lo que ponga o deje de poner en este artículo sino de que se construya colectivamente.

En conclusión, nuestra tarea es diseñar utopías concretas para poder tener un futuro y dejar atrás la idea de sobrevivir. Un futuro el cual merezca la pena ser vivido y tener un principio de esperanza que nos movilice a ella. Porque de lo contrario como bien explica Layla Martínez si no lo hacemos nosotros y nosotras, estaremos viviendo permanentemente las utopías de otros. O en camino de hacerlo. Mientras sigamos perdiendo batallas políticas, supongo que significa que algo aún tenemos que ganar y en este caso: un futuro. En nuestra realidad hay razones por las cuales creer como las ya mencionadas “huellas de lo utópicas” para que dejemos de repetir aquello del “optimismo de la voluntad y pesimismo de la inteligencia”… Demostrarnos que no solo hay optimismo de la voluntad sino también hay optimismo de la inteligencia.

Referencias

Serra, Clara (2018) Leonas y zorras: Estrategias políticas feministas. Madrid. Catarata

Martínez, Layla (2020) Utopía no es una isla: Catálogo de mundos mejores. Madrid. Episkaia.

Muñoz, José Esteban (2020) Utopía Queer: Él entonces y allí de la futuridad antinormativa. Buenos Aires. Caja Negra.

Robinson, Andy (2020) ¿Puede el “new deal” verde salvar el planeta? CTXT. Disponible en: https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34588/Andy-Robinson-new-deal-capitalismo-Jason-Hickel-litio-Bolivia-minerales-extractivismo.htm (consultado 20 de enero de 2021)

Reyes, Luis Gonzalez (2020) El trabajo en las transiciones ecosociales. CTXT. Disponible en:https://ctxt.es/es/20201101/Firmas/34035/transiciones-ecosociales-limites-ambientales-luchas-ecologistas-Luis-Gonzalez-Reyes.htm (consultado 23 de enero de 2021)

Pollin, Robert (2018) Por un nuevo New Deal verde. New Left Review, 112, 7-30.

Santiago, Emilio (2020) Green New Deal, decrecimiento y exterminismo: notas para después de Trump. El Salto Diario. Disponible en: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/green-new-deal-decrecimiento-exterminismo-trump (consultado el 10 de enero de 2021)

Contra el Diluvio (2020) Entrevista con Andreas Malm. Disponible en: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/ (Consultado el 21 de enero de 2021)

 

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