Los hombres: una tarea pendiente. Reseña de El deseo de cambiar: hombres, masculinidad y amor, de bell hooks
[Pot llegir-se en català aquí]
hooks, bell (2021) El deseo de cambiar: hombres, masculinidad y amor. Manresa: Bellaterra, 180 pp.
En un libro mucho más conocido que el que voy a reseñar a continuación, Simone de Beauvoir (2005: 339) afirmaba la necesidad de que las mujeres nos constituyésemos como sujetos propios, pues solamente a partir de dejar de vernos como moneda de cambio del patriarcado podíamos llegar a ser libres. bell hooks nos pone encima de la mesa algo mucho más transgresor y polémico: no solo las mujeres debemos encontrarnos y afirmarnos como sujetos, sino que también necesitamos que lo hagan los hombres. De hecho, conocer a los hombres únicamente en relación a la violencia patriarcal es un conocimiento parcial, inadecuado y peligroso. Cuestionarnos si los hombres son y han sido todopoderosos es un acto, como poco, desconcertante. Es desconcertante dada la difusión, por parte de un sector del feminismo, de la idea de que los hombres tienen privilegios y que, como tal, gozan de una situación cómoda en todas sus facetas vitales. En realidad, bell hooks nos escribe este libro para decirnos dos cosas: que hay sufrimiento aparte de privilegios en la vida de los hombres y que el miedo a la masculinidad patriarcal nos une a todas y todos.
Gran parte del libro de hooks está dedicado a entender la socialización de los hombres desde su edad más temprana. De hecho, la autora pone mucho énfasis en la necesidad de llamar al sistema por su nombre: patriarcado. Llamarlo por su nombre implica entender que nos afecta a todos, no solamente a las mujeres, y que es un problema estructural, no individual. Según la autora, es en la adolescencia cuando los hombres rompen, de forma muy violenta, con su yo menos influenciado por el patriarcado.
La fase de la adolescencia es aquella mediante la cual los hombres pasan por un proceso de aislamiento social, fruto de la necesidad de adaptación a las exigencias patriarcales. Es decir, surge la presión de adaptarse a un modelo de hombre que está ligado a la violencia y a la apatía, al no reconocimiento de la vulnerabilidad. De esta manera, la única forma de expresar los propios sentimientos es a partir de la rabia y de la ira, vistas como algo completamente normal en un hombre y, muchas veces, incluso recompensadas. Ese proceso de aislamiento y de adaptación implica asumir imaginarios patriarcales que no son reales, promesas que no se cumplen; esto es, una falsa idea de conseguir la felicidad mediante el asesinato de deseos y elementos de vulnerabilidad. Las consecuencias de esta socialización se pueden ver de forma clara en la actitud del “padre” serio que la única emoción que expresa es el enfado y que no se encuentra a sí mismo. Los hombres no son serios e inexpresivos por nacimiento, sino que el patriarcado necesita matar una parte de ellos para que sean funcionales a la organización social del sistema. Por eso mismo, estudiar a los hombres no es “irse a la cama con el enemigo”; es entender el patriarcado en su máximo esplendor.
El ideal patriarcal dice que los hombres deben ser altamente sexuales y violentos para obtener placer. Es una de esas promesas que hace el patriarcado que acaba sin cumplirse. La decepción llega cuando los hombres asumen esa necesidad de satisfacción sexual constante y las mujeres hacen lo que la sociedad les ha dicho siempre que hagan: decir que no. Nos bombardean cada día con la idea de que los hombres son peligrosos y del peligro de su descontrol, una concepción que alimenta el miedo en las mujeres y, también, en los hombres. El ejercer control en las relaciones sexuales es algo que los hombres entienden como necesario para no estallar; deben estar en un perpetuo estado de alerta, porque les han dicho siempre que, efectivamente, son intrínsecamente peligrosos. Es aquí donde entra en duda hasta qué punto el consentimiento positivo es una política transformadora: concebir a las mujeres como sujetos pasivos que siempre se posicionan en el no hasta que dicen que sí, entender las relaciones de género desde la lógica de hombre-opresor y mujer-víctima. hooks nos dice que la concepción de los hombres como indudables opresores y de las mujeres como indudables víctimas es la cultura del propio abuso sexual e implica el riesgo de perpetuar las relaciones de dominación. Citándola: “y solo añado que no basta con permanecer en el espacio de la reacción, que ser siempre reactivo siempre supone arriesgarse a permitir que ese pasado sombrío se apodere del presente”.
El feminismo actual que ocupa las instituciones en el Estado español ha elaborado su discurso basándose en la idea de la violencia como un rasgo inherente en los hombres. El famoso proyecto de Ley de Libertades Sexuales (ley del “solo sí es sí”) entiende que el consentimiento positivo servirá como antídoto a la violencia patriarcal y permitirá a las mujeres obtener placer sexual. En realidad, la violencia que sufrimos se sustenta sobre problemas estructurales, no sobre nuestra voluntad individual; no se trata de una gestión individual del riesgo a recibir violencia (Angel, 2021: 43). Solo una concepción neoliberal ignoraría que se trata más bien de un acceso desigual al conocimiento y a la educación sexual, entre otros aspectos. Pretender crear un escenario de seguridad completa es, en sí, sospechoso, teniendo en cuenta que el peligro forma parte del sexo y de toda relación social. Tampoco ayuda a los hombres a desligarse de la idea de ejercer siempre el control —al exigirles ser la parte activa—, además de enseñarles a tener miedo de su propia “naturaleza”. Citando a la propia autora:
Si como dice Terrance Real, el patriarcado fuera una enfermedad, sería una enfermedad de “trastorno del deseo” y para curar esta enfermedad, entonces, todos deberíamos reconsiderar la forma en que vemos a los hombres y el deseo masculino. En vez de ver la violencia de los hombres como una expresión de poder, deberíamos llamarla por su verdadero nombre: una patología.
bell hooks no podía no hablar del trabajo y de la necesidad de acabar con el sistema laboral actual para poder construir una sociedad feminista. Los hombres consideran el espacio laboral como aquel donde no se expresan emociones; estas se expresan en casa y de ellas se encargan las mujeres. La recurrente adicción al trabajo por parte de muchos hombres surge de ese miedo a estar solos y reflexionar, lo cual está necesariamente ligado a las emociones y se sale del esquema de control patriarcal al que se deben someter. De hecho, sus relaciones laborales no implican vínculos afectivos: es una condición indispensable de la masculinidad patriarcal.
La mirada de clase es crucial en este apartado, ya que las mujeres de clase trabajadora han sabido siempre que sus hombres no se han visto nunca a sí mismos como poderosos. Su relación con el trabajo ha implicado siempre sentimientos de impotencia por no llegar a ser lo suficientemente “masculinos”, aparte de una insatisfacción constante por la precariedad. En cambio, aquellas mujeres de clase alta fueron las que defendieron una concepción de los hombres como todopoderosos, pues, efectivamente, se rodeaban de ellos. hooks hace hincapié en cómo fueron las feministas blancas de clase media las que concibieron a los hombres como seres omnipotentes, una concepción que va más de la mano con una voluntad de repartir el pastel de poder y no tanto con alterar las relaciones de dominación. Por eso, la necesidad de una reducción de la jornada laboral para que los hombres vuelvan a conectar con sus propias emociones es obvia.
Aun siendo consciente de cómo los hombres son víctimas del patriarcado, el libro nos deja clara la idea de que estos perpetúan el esquema patriarcal a través de sus actitudes hacia las mujeres. De la misma forma, las mujeres juegan un rol importante en el mantenimiento de la sociedad patriarcal. Alegando en contra de los esencialismos de género, la autora asegura que las mujeres son también violentas. Uno de sus ejemplos es el papel que juegan las madres al ejercer, en muchos casos, violencia contra sus propios hijos. Enfrentarse a la realidad de que las mujeres juegan un papel a la hora de perpetuar el patriarcado es duro; asumirlo implica dejar atrás la santificación de las mujeres como víctimas y aceptar que se diluye la lógica víctima-opresor. Es difícil de aceptar porque implica entender el problema como algo estructural y no solo individual: aunque haya hombres que decidan cambiar sus actitudes machistas por completo, las mujeres van a seguir siendo explotadas.
Entender el problema como estructural es entender que también afecta a los hombres y que necesitamos declinar la masculinidad en masculinidades. Debemos optar por una redefinición más que por una supresión, tenemos que definir las hombrías feministas desde la aceptación de la interdependencia; el reemplazo de la necesidad de agredir por la de ser bondadoso; la comprensión de la fuerza como la responsabilidad hacia uno mismo y los demás; y el abandono del miedo al descontrol masculino, una de las bases del funcionamiento del patriarcado. Las masculinidades feministas no vinculan a los hombres con la reacción y el salvajismo. Si nos dedicamos a expandir la idea de los hombres como potenciales violadores, no vamos a poder construir relaciones de confianza con ellos, y sin confianza no hay amor. Vale la pena dejar por escrito parte de uno de los últimos fragmentos del libro, en el que bell hooks se sirve de Kay Leigh Hagan:
Quizás lo más sorprendente es que los hombres buenos perciben el valor de una práctica feminista para ellos mismos, y la defienden no porque sea políticamente correcto, o porque quieran gustar a las mujeres, o incluso porque quieran que las mujeres tengan igualdad, sino porque entienden que el privilegio masculino les impide no solo convertirse en seres humanos completos y auténticos, sino también conocer la verdad sobre el mundo… son la prueba de que los hombres pueden cambiar.
No nos podremos encontrar a nosotras mismas si no entendemos el daño que el patriarcado causa en los hombres. Para ello, muchas hemos tenido que rectificar y aceptar que nuestras posiciones eran erróneas, que los identitarismos aíslan y no permiten construir un nuevo sentido común. Necesitamos construir alternativas para que los hombres alcancen una masculinidad diferente y crear medios para que eso sea posible. Tal vez, la mejor manera de empezar es entendiendo que ellos también son sujetos de nuestra lucha.
Referencias
Angel, Katherine (2021) El buen sexo mañana: mujer y deseo en la era del consentimiento. Barcelona: Alpha Decay.
Beauvoir, Simone de (2005) El segundo sexo. Madrid: Cátedra.