(Imagen de la Huelga de la Canadiense, 1919, Exposición del Museo de Historia de Cataluña)
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– He decidido que dejo el trabajo.
Un sábado por la mañana quedé con una amiga. Hacía tiempo que no la veía. La distancia entre Manresa y Barcelona y los horarios de trabajo no ayudaban.
Ya hacía tiempo que lo decía. Su trabajo como ingeniera en un sector altamente especializado relacionado con la robotización no estaba mal remunerado, pero el retorno a la presencialidad post-confinamiento y la falta de flexibilidad, además de la ansiedad y las responsabilidades, la habían acabado “quemando”. Me comenta que en su trabajo podría haber un efecto contagio y que después de su salida podrían venir más de otros compañeros.
Todo esto me sorprendió porque hacía días que en los medios mainstream se habían colado noticias sobre un fenómeno que pensaba que era exclusivo de los Estados Unidos. The Great Resignation, es decir, el gran abandono masivo de puestos de trabajo. Según datos del U.S. Bureau of Labor Statistic, cuatro millones de norteamericanos renunciaron voluntariamente a su trabajo en julio de 2021, muchos de ellos relacionados con industrias tecnológicas o de la salud, siendo la mayoría de ellos adultos de entre treinta y cuarenta y cinco años. La tendencia a dejar el trabajo ha ido avanzando y reventando récords durante los meses posteriores y expandiéndose a otros lugares como Italia o China.
Echemos una ojeada a como se desarrolla la Gran Dimisión en las redes. En el foro de Reddit llamado r/Antiwork participan más de un millón de usuarios, haciendo comunidad, compartiendo experiencias y consejos para renunciar a sus trabajos[i]. En el foro se pueden encontrar usuarios que dan consejos a otros para tener el coraje de abandonar sus trabajos y también para enfrentarse a sus jefes. Todos los comentarios muestran un gran rechazo a lo que el antropólogo David Graeber[ii] denominó técnicamente como “trabajos de mierda”.
¿Pero por qué miles y miles de personas están abandonando sus puestos de trabajo? ¿Por qué gente de varias ocupaciones tienen el mismo impulso de decir “lo dejo”? ¿De qué, exactamente, es síntoma la “Gran Dimisión”?
El acceso al teletrabajo y a una mayor flexibilidad, o bien a ayudas económicas para suplir la carencia de trabajo durante el confinamiento ha hecho que a pesar de las dificultades propias de la pandemia estos últimos dos años, muchos trabajadores hayan podido experimentar una situación vital diferente al trabajo presencial. La vuelta a la nueva normalidad es complicada. Así lo reflexionaba el premio Nobel de economía Paul Krugman[iii] en un artículo en el New York Times:
“Cuando algo —digamos, una pandemia mortal— los obliga a salir de su rutina, se dan cuenta de lo que han estado soportando. Y, por el hecho que pueden aprender de la experiencia de otros trabajadores, quizás haya un multiplicador de renuncias, gracias al cual la decisión de algunos trabajadores de renunciar acaba por inducir a otros trabajadores a seguir su ejemplo.”
Uno podría pensar que esta sería una tendencia propia de ciertas clases medias o profesionales, ultra-formadas y con buenas condiciones laborales. En ningún caso es así. Desde hace meses los empresarios se han quedado alarmados con la carencia de fuerza de trabajo en varios sectores, tanto en la producción, la distribución o los servicios. De hecho, este mismo verano fue noticia la carencia de camareros en diferentes zonas turísticas del arco mediterráneo. Los empresarios acusaban a los trabajadores de ser perezosos: “La gente ha recibido ayudas como los ERTE y está mejor en casa que trabajando”[iv]. La respuesta, en muchos casos, no puede ser otra que sí, efectivamente, la gente está mejor en casa que trabajando.
Una semana antes del café que relataba antes, fui a Mallorca para ver a mis padres. Mi padre trabajó durante su juventud arreglando máquinas recreativas, como pinballs, billares o futbolines. Conducía una furgoneta de la empresa y cruzaba la isla para arreglar máquinas de hoteles y locales repartidos por toda la geografía del sector turístico mallorquín. Un día, volviendo de trabajar, el conductor de la furgoneta cogió mal una curva y el automóvil dio tres vueltas de campana. Mi padre recibió una fuerte lesión en la mandíbula, perdió muchos dientes y con el paso del tiempo tuvo que acabar llevando dentadura postiza. La empresa se desentendió y no aceptó que se trataba de un accidente in itinere y, por tanto, responsabilidad suya. No puedo evitar decir que esa vivencia me ha marcado profundamente. El capitalismo turístico de mi tierra está construido sobre el dolor, sobre miles de espaldas rotas. Es imposible no tener resentimiento de clase.
De esta experiencia traumática, ya han pasado casi treinta años. En pleno revival nostálgico de los años ochenta, mi padre decidió volver a usar una emisora de radio y volver a ser radioaficionado. De hecho, aunque ahora suene prehistórico, mis padres se conocieron a través de la radio. Por extraño que parezca, esta afición le ha permitido un interesante contacto social con gente de nuestra clase. Y con un sector clave en el capitalismo de plataformas actual: la distribución. Los conductores le explican cómo trabajan en maratonianas jornadas de diez horas, en condiciones pésimas. Cómo se quedan echados en mitad del frío de la Europa del Norte, mientras intentan no encender la calefacción para reducir el coste del combustible. “Cada vez hay más conductores que lo están dejando”, le explican a mi padre.
Decir que los países periféricos producen y los centrales consumimos es una media verdad. La globalización neoliberal necesita organizar grandes cadenas logísticas para asegurar que los suministros lleguen de una punta a la otra del planeta. Amazon sin camiones no es nada, solamente una mera página web. Sí, amigos, la famosa economía digital ha resultado ser bastante material. Como explica Razmig Keucheyan[v] en Las necesidades artificiales, el consumismo occidental necesita que todo llegue a tiempo. Podemos pensar en la complicada operativa logística de un Black Friday. Los almacenes y los clústers han sustituyen a las fábricas y el valor del equipamiento tecnológico del sector logístico ha aumentado un 187% desde 1982 hasta 2009, mientras que el fabril a penas un 56%. El proletariado logístico es una clave estratégica del capitalismo de plataformas.
Así pues, no olvidemos que los riesgos de la precariedad laboral que se ha venido desarrollando en las últimas décadas han afectado de forma grave a la salud física y mental de las clases populares. Las diversas reformas laborales han desmenuzado el poder de los sindicatos para proteger a los trabajadores y han generado un ambiente de incertidumbre y temporalidad que deja fuera a capas de lo que podríamos llamar precariado metropolitano de la protección laboral legal que tienen los trabajadores estables. La devaluación de las condiciones de trabajo, como explica Guy Standing[vi] es la devaluación a la vez de la ciudadanía, de forma que los trabajadores precarios son ciudadanos de segunda.
Además, un trabajador precario tiene peor salud mental que una persona en situación de paro, según el estudio psicológico realizado por Blanch[vii]:
“La evidencia persistente de unos efectos psicológicamente todavía más devastadores en la ocupación temporal involuntaria que en la misma desocupación se puede explicar considerando que la vivencia de la desocupación comporta la certeza de “tocar fondo”, de “peor imposible” y que cualquier cambio futurible apuntará “mejor”; mientras que el “miedo de perder el trabajo” bebe de la incertidumbre y retroalimenta la inseguridad percibida.”
Quizás podríamos entender que los datos de carencia de fuerza de trabajo nos muestran quizás una práctica individual para escapar de la explotación laboral y de los riesgos asociados al trabajo. Allí donde es poco útil la organización sindical y existen tremendas dificultades para hacer huelgas efectivas, ahorrar y dejar el trabajo puede ser una estrategia quizás intuitiva de rechazo de las condiciones de trabajo. ¿Se puede convertir todo esto en una gran huelga invisible? Es demasiado temprano para afirmar con fuerza esa posibilidad, pero la impugnación se hace más intensa.
Sin embargo, toda esta ola de renuncias a puestos y trabajo y de preocupación empresarial por falta de mano de obra ha pasado a la vez que se vive un aumento de la conflictividad laboral, tanto en Estados Unidos como en España. Como explica Poloi[viii], el Striketober de los estadounidenses coincide con numerosas huelgas que se han ido extendiendo por la península, y podemos destacar la muy reciente huelga del metal en la bahía de Cádiz. Los huelguistas gaditanos han tenido que soportar una fuerte represión policial, y no puede descartarse una multiplicación de los conflictos en el escenario inflacionista post-pandemia, con complejas negociaciones de convenios colectivos. Unos dejan el trabajo, otros hacen huelga, pero el trabajo atraviesa a todo el mundo.
La ética del trabajo y la identificación biográfica con la ocupación se encuentran en una crisis muy fuerte, y la lealtad de los trabajadores hacia el trabajo asalariado ha sufrido una fuerte erosión. Antes en el DNI constaba el trabajo, la identidad estaba forjada por el oficio. Pero el propio capitalismo desregulado ha acabado deshaciendo esta identificación: todo lo que era sólido se desvanece en el aire. Esta erosión de la disciplina laboral puede ser la señal de una tendencia que no se resuelve solo con salarios más altos sino con la reapropiación del propio tiempo.
Por lo tanto, creo que es importante que las fuerzas de transformación social no rehuyamos de comprender el potencial que tiene este clima de rechazo al trabajo asalariado combinado con un fuerte deseo de vivir la propia vida. Si miramos hacia atrás, uno de los grandes éxitos del movimiento obrero catalán fue la consecución de la jornada laboral de ocho horas, lograda gracias al esfuerzo de la Huelga de la Canadiense del 1919. El estado español fue el primer estado de Europa en reconocer este derecho. No es poca cosa.
Es la tarea de nuestro momento, y para debatir sobre esta brecha que se va haciendo más ancho, necesitamos no descartar ninguna de las herramientas que tenemos disponibles para afrontar la situación: la Renta Básica Universal, la rebaja de la edad de jubilación, la jornada laboral de cuatro días, la subida del salario mínimo o la creación de un auténtico ejército de Inspectores de Trabajo (actualmente solo hay 2000 inspectores para todo el estado). Tal vez las dimisiones de trabajadores tendrían que ser un motivo para no ser pesimistas y romper la espiral de nostalgia que nos mantiene paralizados. El fantasma del rechazo al trabajo recorre el mundo.
Referencias
[i] https://www.teenvogue.com/story/reddit-antiwork-viral
[ii] Graeber, D. (2018). Trabajos de mierda. Grupo Planeta.
[iii] Paul Krugman: “Wonking Out: Is the Great Resignation a Great Rethink?”. The New York Times, https://www.nytimes.com/2021/11/05/opinion/great-resignation-quit-job.html
[iv] https://www.elespanol.com/reportajes/20211103/hosteleros-sergio-no-encuentran-camareros-entrevistas-erte/624188466_0.html
[v] Keucheyan, K. (2021). Las necesidades artificiales. Como salir del consumismo. Madrid: Akal.
[vi] Standing, G. (2011). The precariat: The dangerous new class. London and New York: Bloomsbury Academic.
[vii] Blanch, J. M., & Cantera, L. M. (2009). El malestar en el empleo temporal involuntario. Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 25(1), 59-70.