Foto: Sònia Calvo
Por Ivan Montemayor
En mitad de una pandemia global y pasadas las elecciones catalanas, Pablo Hásel ha sido detenido en el rectorado de la Universidad de Lleida para cumplir la sentencia condenatoria de la Audiencia Nacional. Hablamos de nueve meses de prisión por canciones y tuits.
Al mismo tiempo, la rabia de las jóvenes precarias, criadas entre dos crisis, aparece crudamente y las ciudades de Cataluña se llenan de barricadas y contenedores en llamas, recordándonos que en octubre del 2019 (un mundo que parece que nos quede en siglos de distancia) tuvimos unas contundentes protestas contra la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes independentistas. Y tanto en octubre del 2019 como la actualidad, la violencia policial ha marcado las manifestaciones. Desgraciadamente, una manifestante recibió el impacto de una bala de foam, perdiendo un ojo.
Así pues, vuelve a estar sobre la mesa el debate sobre el orden público. El modelo policial forma parte de una concepción del modelo de país, y es un conflicto que tenemos que afrontar conjuntamente como sociedad. Y en un momento de posibles reformas, con unos resultados que muestran un claro giro a la izquierda, nos tenemos que preguntar qué hacer con el orden público. ¿Qué tipo de policía volamos? ¿Es lícito usar balas de foam? ¿Hay que disolver la BRIMO?
De Sherwood a la policía republicana
«Se pueden esconder donde quieran, porque los encontraremos. Ya sea en una cueva, o en una cloaca, que es donde se esconden las ratas, en una asamblea que no representa a nadie o detrás una silla de universidad». De este modo se refería el comisario David Piqué a los manifestantes que habían participado en la huelga del 29 de marzo del 2012, y en general a todos los militantes que protestaban en aquel ciclo de protestas intensificado por el 15-M y el cercamiento del Parlament. Recortes y golpes de porra. Pocos meses después de que Piqué hiciera estas declaraciones institucionales en el día de las Escuadras, Ester Quintana sufría la pérdida de un ojo al recibir el golpe de una bola de goma a la segunda vaga general del año.
Y es que Piqué tenía un marco teórico propio por lucha contra “los antisistema”. En su famoso Trabajo de Final de Máster denominado El Síndrome de Sherwood, se dedica a investigar cuál es la mejor manera de derrotar al movimiento okupa. Sherwood es el nombre del bosque donde vivía Robin Hood y desde donde se preparaba para robar en los ricos para luego repartir los bienes a los pobres. En su trabajo es una metáfora del barrio de Gracia. Después de revisar cuatro teóricos de estrategia militar como referentes de su planteamiento (Julio César, el samurai Miyamoto Mushashi, el general von Clausewitz y el general chino Sun Tzu), el comisario general propone un posible plan de acción para acabar con el movimiento okupa.
Piqué se fascina en cómo Julio César conquistó la Galia, absorbiendo algunas tribus y destruyendo otras, las “irreducibles”.
Con esta metáfora del divide te impera, Piqué (que no era ninguno loco, sino el número 2 del cuerpo de la policía de la Generalitat) propone un modelo de incapacitación selectiva. Esta estrategia se hace extensiva en las movilizaciones posteriores a las protestas de Seattle del 1999. Es decir, se trataría de detectar y detener estos “irreducibles” y separarlos del resto de manifestantes. Esta intervención supone una confrontación directa contra la multitud y el uso de técnicas de espionaje e infiltración.
Si bien los antidisturbios de los Mossos d’Esquadra no tienen ningún problema al llevar a cabo una gestión negociada y dialogada clásica con las manifestaciones convencionales del “ningún papel a tierra”, cuando aparecen daños contra la propiedad y disturbios vuelve la visión militarista que voz en los jóvenes activistas un enemigo. Pero ningún contenedor en llamas, ni ningún daño hacia la propiedad justifica lesiones tan graves como es el destrozo de un globo ocular. Desde una posición garantista con los Derechos Humanos, ni siquiera el más violento de los manifestantes, ni siquiera un manifestante loco capaz de quemar decenas de coches aparcados en la calle, merecería perder un ojo. Y las actuaciones policiales más exitosas son las que consiguen rebajar la tensión, no escalar en una espiral de violencia que pone en peligro a todo el mundo, pero especialmente a los manifestantes.
Seamos claros: las balas de foam, al igual que las bolas de goma son armas de carácter ofensivo, que tienen más a ver con un enfrentamiento directo con un enemigo que no con la propia defiende. En una sociedad supuestamente democrática, deberían ser las fuerzas armadas las que obedecen en el pueblo, y no a la inversa. Y es que la soberanía popular es la base de la legitimidad de un cuerpo armado. No por casualidad, la Guardia Nacional francesa se unió al proceso revolucionario de la Común de París, en 1871. Un cuerpo armado republicano no puede disparar contra su propio pueblo. Por lo tanto, el nuevo Parlamento tiene que prohibir el uso de las balas de foam.
¿Quién vigila el vigilante?
En las series policiales americanas siempre hay aquel policía enfadado con las normas, indisciplinado, que piensa que está por encima de todos los formalismos. Ellos sí que saben el que se tiene que hacer. Lo vemos en NCIS, en CSI o en Buenas: las malas caras cuando llegan los de asuntos internos.
Pero rehuyendo los tópicos televisivos, las Divisiones de Asuntos Internos tienen un papel importantísimo. Son la garantía que las personas a las que el estado da armas sean capaces de estar bajo un control disciplinario y, si procede, ser sancionados. ¿Es esto suficiente? Hemos visto que el corporativismo de los antidisturbios de los Mossos d’Esquadra se encuentra por encima de estas posibles sanciones, y en la práctica son las organizaciones de la sociedad civil las que llevan a juicio a los antidisturbios que han lesionado manifestantes, como fue el caso del infame caporal Jordi Arasa. Según los datos que ofrece el Departamento de Interior, la sanción más habitual de la División de Asuntos Internos consiste solo en la suspensión de trabajo de quince días en un año, pero por otro lado las expulsiones son escasas. Por lo tanto, la labor sancionadora de la DAI parece poco contundente.
¿Qué podemos hacer para salir de esta situación de impunidad? En primer lugar, el que podríamos denominar una Estrategia Catalana contra la Violencia Institucional tendría que plantear la colaboración entras las tareas de vigilancia y denuncia que se llevan desde la sociedad civil (Iridia, lo SIRECOVI, Amnistía Internacional, etc), el Departamento de Interior y la División de Asuntos Internos. Así pues, haría falta una triangulación entre estos organismos e institucionalizarla. Se puede plantear la creación de un organismo independiente que perdure en el tiempo, para así conseguir cierta irreversibilidad relativa para que cuando venga otro gobierno no lo pueda deshacer fácilmente. Aun así, hace falta una mayor integración con la Oficina de Derechos Civiles y Políticos y el Síndic de Greuges. Todo esto para cumplir un objetivo: detectar y sancionar las vulneraciones de Derechos Humanos que puedan llevar a cabo los miembros de los Mossos d’Esquadra, la fuerza armada más grande de Cataluña.
Un horizonte abolicionista
Si miramos la historia, la policía tal y como lo entendemos es una creación reciente: apenas tiene doscientos años de existencia, en comparación a los diez mil años desde que los seres humanos vivimos en ciudades. La Guardia Civil, para poner un ejemplo en el estado español, fue fundada en 1844. La función de reprimir en la población en casos de tumulto, bullanga o alboroto muchas veces, además, era una de las ocupaciones de los ejércitos, como vemos en los bombardeos de Barcelona desde Montjuic. El proceso de desmilitarización del orden público lo inició el pensador republicano Emmanuel-Joseph Sièyes, en pleno proceso revolucionario. ¿Pero podríamos decir que en 2021 hemos desmilitarizado del todo el orden público?
Sin duda, los cambios históricos son posibles y un mundo sin policía es totalmente posible. Y esto se puede afirmar a pesar de que pueda ser visto como un exceso de ingenuidad. Hablo de un mundo sin desigualdades sociales, sin criminalización de la pobreza, sin una inacabable “guerra contra las drogas”, con plena libertad de expresión y con mediadores capaces de resolver los conflictos de forma negociada y comunitaria.
Ahora bien, las tareas del momento nos obligan a pensar como limitar el poder desproporcionado de los cuerpos de antidisturbios y consolidar las garantías que eviten la violencia institucional el máximo posible. Del mismo modo que sería deseable, como dice Angela Davis, un mundo sin prisiones, pero no por eso dejaremos de pedir que las condiciones en las prisiones sean dignas y que haya cámaras que nos aseguren que los funcionarios de prisiones no pueden torturar a los internos. Además, aunque cueste de imaginar, la policía puede ser una herramienta para luchar contra la gran delincuencia: la explotación laboral o sexual, la evasión fiscal, la corrupción o los delitos medioambientales. ¿Nos podemos imaginar una inversión masiva —lo que cuesta la BRIMO, por ejemplo— al contratar un ejército masivo de policías que se dediquen a perseguir el fraude laboral?
En definitiva, ha llegado el momento de reformar el cuerpo de Mossos d’Esquadra y especialmente en el ámbito del orden público. Desde mi punto de vista, seguramente no hay más remedio que disolver la BRIMO: no son casos aislados, son demasiados años de conductas inaceptables, indisciplinadas y que conculcan Derechos Humanos. Todo esto con una mirada larga hacia la utopía, ya que las utopías nos sirven por eso mismo: para imaginar y avanzar.
Bibliografia
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Calvet, C. C., & Bosch, N. V. (2015). De la superación del miedo a protestar al miedo como estrategia represiva del 15M. Athenea digital, 15(4), 129-154.
Guillén Lasierra, F. (2016). Modelos de Policía. Hacia un modelo de seguridad plural. JM Bosch.
Piqué, D (2009). La síndrome de Sherwood. Treball Final de Máster en Polítiques Públiques de Seguretat. UOC. Filtrat per la Directa.
Karl Marx (1871). La guerra civil en Francia.